7. Principios que fundamentan la estructura y organización de Schoenstatt

P. Rafael Fernández

VII. ESTRUCTURA Y ORGANIZACIÓN DE SCHOENSTATT

Principios que Fundamentan la Estructura y Organización de Schoenstatt

Schoenstatt es un Movimiento eclesial que abarca una gran cantidad de comunidades. Se comprende a sí mismo como una Familia. También, cuando hablamos del Movimiento lo designamos como Obra de Schoenstatt.

Cómo está estructurado Schoenstatt -es decir, qué comunidades lo componen- y cómo está organizado -es decir, cómo es su funcionamiento y las relaciones que se dan entre las comunidades y al interior de cada una de éstas-, son las preguntas que abordaremos a continuación.

Primero consideraremos los grandes principios según los cuales el fundador de Schoenstatt determinó la estructura y organización de la Obra. Más adelante nos referiremos a cada comunidad de la Obra en particular.

a. La primacía de la vida

La principal preocupación y meta del P. Kentenich fue siempre la gestación y el cultivo de una poderosa corriente de vida. Por eso la estructura y organización de Schoenstatt han sido consideradas secundarias, la prioridad en la Obra de Schoenstatt la tienen sus fuentes de vida y el cultivo del espíritu. Toda la estructura y organización de Schoenstatt está al servicio de la vida.

El P. Kentenich quería que Schoenstatt fuese, en primer lugar, una Familia y un Movimiento, es decir, una corriente de ideas, de vida y de gracias, pero no primariamente una organización. Quería, por cierto, que Schoenstatt como Familia y Movimiento tuviese una organización, pero que ésta fuese acorde con sus necesidades y estuviese subordinada al servicio de la vida.

Para explicar esto, formuló en alemán un término inusual, un   neologismo, que se podría traducir al castellano por "organismar". Decía: tenemos que organizar la Familia de Schoenstatt, pero también "organismar" la Familia. Y por "organismar" entendía darle espíritu para que ésta, como organización, no se institucionalizase a tal punto de quedar reducida a una estructura sin vida. Afirmaba que, a mayor organización, debía corresponder más "organismación" y mayor espíritu.

Por esto, según el pensamiento de su fundador, siempre en Schoenstatt la corriente de vida y de gracias que brota del santuario, la alianza de amor con María, el espíritu de fraternidad, la magnanimidad y el ardor misionero, deben estar en primer plano: es a ello a lo que se debe dar un papel decisivo y preponderante. Ante todo, afirma el P. Kentenich, está “el cultivo del espíritu”.

El espíritu debe expresarse Para que las formas estructurales y organizativas cumplan su papel, deben estar impregnadas de espíritu. Si el espíritu falta, las formas no son sino una cáscara que no tiene sentido en sí misma. Por otra parte, las formas y la organización poseen una gran importancia como expresión, camino y protección del espíritu. Schoenstatt no es una masa amorfa: posee estructuras y una organización que protege y canaliza la vida de la cual es portadora al servicio de la Iglesia.

El P. Kentenich no se sentó en un escritorio para pensar y diseñar la estructura de la Obra que estaba fundando. No pensó inicialmente en una estructura, en un esquema, o en un organigrama para luego aplicarlo. Actuó justamente al revés. Él fue un educador que iba desarrollando y conformando su Obra en la medida en que la vida iba mostrando necesidades –aquello que era necesario diferenciar, estructurar o acentuar-. Fue así probando distintas posibilidades de organización para después darles consistencia definitiva y desarrollarlas. El P. Kentenich nunca impuso estructuras y elementos organizativos que no respondieran a la vida que se iba suscitando en su fundación. Por otra parte, respecto a lo que iba tomando forma, él esperaba que la experiencia demostrara su eficacia antes de confirmarla y establecerla en forma más estable.

Por eso, al establecer las estructuras de la Familia, tomaba muy en cuenta el desarrollo de la vida, observando sus etapas, a fin de ir creando, lentamente, distintas estructuras y organizaciones, de acuerdo al desarrollo de la vida y de manera tal que éstas estuviesen siempre al servicio de la vida.

De este modo lo que Schoenstatt es hoy, es fruto de una evolución de décadas. No estaba al inicio sino el fruto final de un largo desarrollo. Al comienzo, el fundador, por ejemplo, no sabía si habría Institutos, ni cuántos serían; ignoraba también si habría mujeres en él. Históricamente, lo primero que comenzó fue la Federación Apostólica. El Fundador empezó trabajando con jóvenes, con hombres. Después entraron las mujeres. Al inicio no sabía si el Movimiento tendría familias. De este modo fueron naciendo progresivamente comunidades organizadas, pero él, al inicio, ignoraba que después se llegaría a conformar un amplio Movimiento Popular y de Peregrinos. Todo se fue desarrollando a través de la historia y según la vida lo iba señalando y pidiendo.

En todo este proceso el P. Kentenich siempre se guió por el orden de ser, es decir, por la naturaleza y leyes que Dios mismo imprimió en la creación, y, además, por la fe práctica en la divina Providencia. Estaba convencido, en este sentido, de que Schoenstatt era una obra especialísima de Dios, de que él tenía un plan con Schoenstatt, plan que iba desvelando progresivamente. Por eso, le importaba tanto que, más que una estructura u organización preconcebida, estas estructuras y su organización ayudaran de verdad a encauzar la vida que Dios quería que se plasmara en su Obra.

b. El principio de universalidad

El P. Kentenich estaba convencido que el carisma que Dios había regalado a Schoenstatt era un carisma al servicio de la Iglesia y, por lo tanto, de carácter universal. De acuerdo a esto, cualquier bautizado podría tener acceso a ese carisma. Nadie debería quedar excluido de poder pertenecer a Schoenstatt.

Por otra parte, el P. Kentenich consideró que la universalidad de Schoenstatt debía también permitir que se diesen en su estructura diversos grados de compromiso organizativo.

Universalidad en cuanto al estado de vida

Según el fundador, Schoenstatt debiera siempre permitir el acogimiento de cualquier persona, sin hacer diferencias de edad, de sexo, de estado civil, de profesión o de condición social.

De acuerdo a este criterio orientador, cada vez que surgía una situación nueva, con cierta homogeneidad, y que exigía también un lugar propio en la Familia, él buscaba la manera de darle expresión y espacio.

Pero esta exigencia de universalidad iba más allá del hecho de que todas las personas tuvieran acceso al Movimiento de Schoenstatt. La universalidad comprendía también los distintos grados de intensidad con que las personas se sentían llamadas vocacionalmente a participar en el Movimiento. El fundador pensaba que este compromiso debía permitir una gran amplitud, vale decir, debía ir desde un mínimo hasta un grado máximo de compromiso.

El primer aspecto de la universalidad, con el transcurso del tiempo, hizo que Schoenstatt se estructurara en cuatro columnas, como ocurre actualmente. Dos de ellas corresponden a estados naturales: la columna de hombres y la de mujeres; y dos corresponden a estados de vocación: la columna de familias y la de sacerdotes.

La columna de hombres y mujeres abarcan la juventud (masculina y femenina).

Con posterioridad, se creó una quinta columna: la de los enfermos. Esta columna nació en Alemania, en parte como una consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, y, en forma más general, para acoger a aquellas personas permanentemente enfermas o impedidas, ya sea por razones congénitas, por accidentes o a causa de enfermedades incurables.

El padre fundador comprendió que esas personas tenían gran importancia para Schoenstatt, porque precisamente el sufrimiento, el sacrificio y la oración son fuentes fundamentales para el Capital de Gracias.

Universalidad según el grado de compromiso

El segundo aspecto del sentido de la universalidad, es el grado de compromiso que se asume.

Las dimensiones de este grado de compromiso son básicamente tres:

Compromiso comunitario

Compromiso apostólico, y

Compromiso ascético

Esto llevó a desarrollar lo que hoy conocemos como formas de pertenencia. Existe el amplio Movimiento Popular y de Peregrinos que también, en cada columna, masculina, femenina, familiar o sacerdotal, puede tener un aspecto propio.

Luego están las comunidades de la Liga Apostólica, a las que se puede pertenecer en dos formas: por una parte, como miembros de la Comunidad Apostólica en sentido amplio (son los “Colaboradores de la Liga Apostólica”), y, por otra parte, la Comunidad Apostólica Militante (son los miembros de la Liga Apostólica”).

Además, existen las comunidades de dirigentes, constituidas, por un lado, por las Federaciones Apostólicas y, por otro lado, por las comunidades que tienen un vínculo jurídico en su estructura, y no solamente un vínculo moral. Por eso son reconocidas eclesialmente como formas del estado de perfección en la Iglesia. La forma que el fundador dio a estas comunidades fue lo que más tarde se reconoció como los Institutos Seculares.

Por lo tanto, dentro de Schoenstatt, hay múltiples posibilidades de participación, desde el nivel de peregrinos, pasando luego a través de Comunidades Apostólicas, Federaciones Apostólicas, para llegar finalmente hasta el nivel de Institutos.

Este criterio de universalidad da como resultado las siguientes comunidades que conforman la Obra de Schoenstatt:

Institutos seculares

          Padres de Schoenstatt

          Instituto de los Sacerdotes diocesanos de Schoenstatt

          Instituto de las Hermanas de María

          Instituto de Nuestra Señora de Schoenstatt

          Instituto de los Hermanos de María

          Instituto de Familias

Federaciones

          Federación de Familias

          Federación de Madres

          Federación de Mujeres

          Federación Hombres

Ligas Apostólicas (Colaboradores y Miembros)

          Liga Apostólica de Familias

          Liga Apostólica de Madres

          Liga Apostólica de Mujeres (no casadas)

          Liga Apostólica de Enfermos

Movimiento Popular y de Peregrinos

(Pertenencia amplia, no organizativa)

c. La ley de la polaridad

La estructura y la organización de Schoenstatt están profundamente marcadas por lo que el P. Kentenich denomina “ley de la polaridad”.

Esta ley de la polaridad se da en toda la creación, en los diversos reinos: la podemos comprobar en el reino mineral, vegetal y animal.

Es básica, por ejemplo, la polaridad existente entre el varón y la mujer. El P. Kentenich formuló su relación diciendo que ambos constituyen una polaridad según la cual son iguales en dignidad pero diferentes en su función. Ambos, hombre y mujer, poseen una realidad biológica y sicológica original, que debe ser desarrollada y cultivada. Todo aplanamiento o pretensión de igualdad niveladora, cercena y destruye su misma naturaleza.

Pero esa diversidad está orientada a la mutua complementación. De allí que si ambos polos, el femenino y el masculino, no se complementan y cooperan el uno con el otro, la humanidad misma se desintegra y deteriora. La riqueza del matrimonio, edificado sobre esta polaridad, de la familia y de la sociedad depende de esta relación polar positiva entre hombre y mujer y entre la consecuente polaridad de la paternidad y la maternidad.

La estructura de Schoenstatt dio lugar, en el sentido de esta ley, a comunidades masculinas y femeninas y de familias. Y, en la misma línea, dio lugar a una multiplicidad de comunidades de carácter autónomo. Todas ellas, sin embargo, están a la vez relacionadas unas con otras y se complementan mutuamente.

La ley de la polaridad dice que debe guardarse, por una parte, la autonomía y originalidad de cada cual de forma que esta autonomía y originalidad revierta en bien del todo y contribuyan así a su enriquecimiento. Esto hace que cada comunidad no se encierre en sí misma y llegue a convertirse en una entidad autosuficiente. Este aislamiento, además de significar un empobrecimiento para la totalidad de la Obra, significaría también un empobrecimiento e infecundidad para la comunidad misma que se aísla.

La ley de la polaridad, por otra parte, así como evita que se caiga en el aislacionismo o individualismo, impide también que el todo “aplane” la originalidad de cada una de sus partes. Cuando esto sucede se cae en el totalitarismo o colectivismo. La ley de la polaridad en cambio afirma que el todo necesita de sus partes y por eso las protege y promueve en sí mismas y en su relación mutua e integración al todo.

La polaridad requiere que los diversos polos y sus modalidades propias se complementen para construir una sociedad y cultura verdaderamente rica. La polaridad genera una tensión. Si se da la integración y complementación mutua entonces esa tensión será una “tensión creadora”. Cuando, en cambio, los polos se aíslan o se enfrentan uno al otro tratando de dominar o de suprimir al polo opuesto, entonces surgen las “tensiones destructoras”.

El P. Kentenich también considera esta ley de la polaridad en relación a la organización de la Obra de Schoenstatt. Así, por ejemplo, en las Federaciones e institutos de Schoenstatt él introdujo dos tipos de comunidades: las “comunidades oficiales” y las “comunidades libres”.

Las comunidades oficiales corresponden al tipo de organización tradicional: diversas células que poseen una autoridad que permite su desarrollo y servicio al todo. En este plano se dan los superiores generales, los superiores regionales, los superiores de casa, etc.

Junto a esta comunidad oficial y al interior de la misma existen las comunidades libres. Éstas están formadas básicamente por los cursos (comunidades de vida y de formación) a los cuales se integran sus miembros cuando ingresan a la comunidad correspondiente. Son comunidades que permanecen por toda la vida, en las cuales reina la ley de la magnanimidad y se promueve el cultivo del espíritu. Esta organización hace que la comunidad total cuente con impulsos de vida y corrientes de vida que estimulan su crecimiento y fecundidad.

La ley de la polaridad juega también un papel importante en la conducción comunitaria. Una conducción autoritaria tiende a suprimir el juego de fuerzas en la comunidad pues todo vendría “ordenado desde arriba” y lleva a sepultar fuerzas originales y complementarias. Por eso el P. Kentenich, junto con afirmar un claro principio de autoridad, introduce en su práctica una conducción democrática. Esto quiere decir que la autoridad escucha a quienes dependen de ella y permite que el aporte de personas individuales o grupos de personas sea integrado en bien del todo. La ley de la polaridad en este sentido la concreta el P. Kentenich en la “ley de gobierno” o de construcción.

d. La ley de construcción de Schoenstatt

Cuando el P. Kentenich habla de “ley” de construcción, no se refiere al contenido jurídico que puede tener este término. Con él expresa más bien una “constante”, algo que tiene carácter permanente y que marca una orientación. También suele usar en lugar de ley el término “principio”. Los “principios” son realidades básicas que se manifiestan en todo lo que concierne a un ámbito determinado.

"Libertad toda la posible, vínculos obligatorios sólo los necesarios, pero, por sobre todo, un intenso cultivo del espíritu".

Este principio apunta al tipo y cantidad de obligaciones que se aplican en la estructura y organización de la comunidad. En este sentido, el Padre Kentenich es partidario de que exista el mínimo necesario de obligaciones. Pero, como contrapartida, pide el máximo en relación al cultivo del espíritu, es decir, del idealismo y magnanimidad, de los vínculos interpersonales tanto naturales como sobrenaturales.

De esta forma evita que Schoenstatt se convierta en una organización donde todo esté regulado hasta en sus detalles, de modo que fácilmente el Movimiento se convertiría en una estructura pesada e inmóvil. Schoenstatt es y quiere seguir siendo un Movimiento, donde prime el dinamismo organizativo y la fuerza del espíritu.

Ahora bien, siempre las obligaciones o vínculos “hacia abajo” son necesarios, porque se precisa una organización mínima que coordine y regule el funcionamiento del todo y la interacción de las partes. Pero estos vínculos organizativos o jurídicos no deben pasar a ser lo primario: lo primario es el espíritu y la vida. Los vínculos obligatorios, las normas y las formas de vida, tienen por objeto expresar y proteger el espíritu de la comunidad. Si el espíritu de una comunidad de Schoenstatt declinara, las obligaciones comunitarias debieran asegurar un tiempo prudente de recuperación, pero no debiera suceder que la comunidad u organización se mantuviera en pie sin una fuerza espiritual que la sustente, pues pasaría a ser una cáscara sin contenido, una forma carente de vida.

Se necesitan formas y normas, las mínimas necesarias, pero estas mínimas de todas maneras, pues no puede funcionar bien una comunidad sin que existan normas y reglas claras. El puro cultivo del espíritu no basta, pues hay que contar con el peso del pecado original y las limitaciones de cada persona. Por lo demás, de todas maneras donde existe una pluralidad se requiere una mínima organización para que ésta funcione.

“Pero, por sobre todo, un intenso cultivo del espíritu". Lo más importante para la comunidad es que en ésta se dé, tanto de parte de los responsables o de las autoridades como de los miembros de la misma, un vigoroso cultivo de los “vínculos hacia arriba”, es decir, de la magnanimidad, de los vínculos personales, del idealismo y del espíritu de conquista apostólico.

Schoenstatt quiere albergar en su seno a hombres libres, no a “esclavos de galera”; a personas que aspiren al ideal y que se dejen mover por él. La fuerza fundamental que anima su dinamismo es la fuerza del amor magnánimo, es decir, de un amor que se da sin egoísmos y que busca generosamente el bien de los demás. Si el idealismo y el amor magnánimo están vivos, entonces se hace superfluo determinar y normar todo, y, en ese mismo sentido, no es necesario controlar cada detalle en el funcionamiento de la comunidad.

Es así como Schoenstatt se construyó y como debe continuar construyéndose, para ser fecundo en medio de la Iglesia.

e. La ley de conducción

La concepción de la autoridad y el estilo de gobierno son determinantes en la organización de toda comunidad, pues influyen decisivamente en el desarrollo de su vida.

El P. Kentenich formuló así la función de la autoridad: "En nuestra forma de gobierno afirmamos el fundamento de la autoridad sin vacilación alguna; pero en la aplicación y en los efectos del ejercicio de autoridad –al igual que Dios- se debe tener suma consideración y tacto con las necesidades individuales y sociales de la naturaleza humana".

Lo que resumidamente podemos expresar como sigue: Afirmamos un claro principio de autoridad y lo ejercemos democráticamente”.

Una comunidad necesita una autoridad que coordine y aúne a sus miembros y señale su rumbo. Ahora bien, esa autoridad puede concebirse como una autoridad dictatorial y arbitraria; como una autoridad que no tiene a nadie sobre sí y que, por lo tanto, puede determinar sin más, según su conveniencia o arbitrio, lo que la comunidad debe hacer. Para ello cuenta con el poder no sólo de mandar sino también de castigar o reprimir las voces que no concuerdan con lo que ella piensa o determina. El polo opuesto a este tipo de autoridad dictatorial es la anarquía, es decir, la ausencia de autoridad. En este caso en la comunidad no existe una autoridad claramente definida, lo cual genera confusión, descoordinación y tensiones destructoras en su interior.

Nosotros afirmamos la necesidad de una autoridad, pero esta no es autárquica o hegemónica, sino que está sujeta a Dios y por ello a la ley natural. La autoridad, además, debe guiarse por la forma en que Dios ejerce su autoridad. Dios no es un dictador. Sólo basta con mirar a Cristo, Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas, que no ha venido a ser servido sino que a servir. Todo el poder de Dios está destinado a vivificar nuestra libertad, a abrirnos posibilidades, a sugerirnos cosas y no a aplastarnos. Es una autoridad fuerte, tiene todo el poder, pero usa ese poder para hacernos crecer.

El sentido de la autoridad divina y humana es el servicio a las personas y a la comunidad. Concebir la autoridad simplemente como capacidad de mandar, de dar órdenes y de exigir que éstas se cumplan, revela una visión restringida de la autoridad. Para el P. Kentenich la autoridad es ante nada, servicio a la vida: engendrar, cuidar, proteger, fomentar y conducir la vida de los que le han sido confiados.

Ahora bien, la autoridad puede ser elegida de diversas formas: por votación popular (es el caso de los sistemas de gobierno democráticos) o por designación de un grupo de electores (sistema aristocrático). De acuerdo a su cargo, la autoridad está circunscrita al campo para el cual fue designada. Fuera de ese campo, no le está permitido ejercer autoridad. De allí, por ejemplo, la distinción de poder legislativo, ejecutivo, judicial, etc.

Otro aspecto esencial en relación al principio de gobierno de Schoenstatt es el hecho de que la autoridad está llamada a ejercer “democráticamente” su función de servicio a la comunidad. No se refiere el P. Kentenich a que ésta deba hacer una votación antes de tomar cada decisión de gobierno, sino al hecho de que la autoridad tiene el deber de escuchar y considerar los deseos y aspiraciones de los suyos. Y esto, en último término, porque la voluntad de Dios se manifiesta a través de ellos. Ciertamente la autoridad no está obligada a seguir siempre esos deseos, pero sí a considerarlos seriamente. La autoridad puede tener razones que los suyos no conocen, que la lleven a decidir algo distinto a lo que la mayoría desearía que se decidiera.

Este carácter “democrático” da a la autoridad un sello familiar y comunitario. Lo cual hace que los miembros de la comunidad se sientan tomados en cuenta y escuchados y que se sepan co-responsables de la marcha de la comunidad.