Nuestra historia como fuente de conocimiento del Ideal Personal

Más allá de los caminos intuitivos de conocimiento de nuestro Ideal Personal, existen otros caminos complementarios. Uno de los más importantes consiste en mirar nuestra historia personal.

P. Rafael Fernández

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 Más allá de los caminos intuitivos de conocimiento de nuestro Ideal Personal, existen otros

caminos complementarios. Uno de los más importantes consiste en mirar nuestra historia personal. En ella tenemos la posibilidad de descubrir quiénes somos, qué valores nos han orientado, cuáles son las tendencias que nos impulsan. A veces, incluso, en nuestros fracasos y golpes del destino podemos descubrir con nitidez la misión que Dios nos ha confiado.

Nos vamos construyendo y realizando como personas en relación con las circunstancias que nos rodean. Se van sumando a nuestra biografía hechos ante los cuales sufrimos duramente, como también momentos en los cuales experimentamos un atisbo de la plenitud de vida que nos espera. A menudo se acumulan estos hechos en la nostalgia de lo irrepetible, o permanecen como una cicatriz imborrable; pocas veces, en cambio, se recogen como un pasado fecundo para el presente y lleno de promesas para el futuro. Se suele vivir la historia personal como una cronología del desgaste y no como maduración que prepara la cosecha.

Es necesario que nos compenetremos profundamente de la verdad de que Dios, al crearnos, tuvo una idea original de nosotros, y que nos va revelando el contenido de esa idea a través de nuestra historia.

Si tenemos una mirada atenta y llena de fe, es en esa historia donde podemos descubrir, cada día con mayor profundidad, nuestra propia identidad. Esa historia es la "maestra de nuestra vida"; en ella leemos quiénes somos y qué mensaje quiere Dios que demos en el mundo.

Si Dios tuvo una idea original de nosotros al llamarnos a la existencia, él también cuida que podamos conocer y desarrollar esa identidad personal, disponiendo en su Divina Providencia el camino concreto para que ello sea posible, muchas veces, "escribiendo derecho en líneas torcidas", haciendo que todo en nuestra vida coopere, si sabemos distinguir las señales de Dios en el tiempo y en nuestra historia, a nuestro mayor bien.

Dios Padre no nos lanza a la existencia abandonándonos a nuestra propia suerte. El amor que le movió a crearnos le impide dejarnos desamparados a merced del oleaje del mundo. Respetando nuestra libertad, su Providencia Divina sigue paso a paso nuestro camino. Si estamos abiertos a su conducción, sabremos encontrar en esa historia, muchas veces aparentemente indescifrable, la clave que nos conduce a saber quiénes somos y a conocer la tarea específica que él nos ha encargado, hasta que un día podamos decir como san Pablo:

"He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación".

El Ideal Personal no es algo estático, ni una idea preconcebida. Tampoco es puramente un valor subjetivo según el cual orientamos nuestra vida. El Ideal Personal es una vocación, un llamado que Dios nos hace personalmente y que nos va develando progresivamente a lo largo de nuestra vida. Queremos captar y escuchar este llamado para entregarnos con todas nuestras fuerzas a su realización. Desde este punto de vista, descubrimos el Ideal Personal en la medida que paulatinamente vamos detectando, a lo largo de nuestro caminar, el designio particular que la Divina Providencia tiene para nosotros.

Por lo tanto, si nos basamos en este hecho, haremos de la reflexión sobre nuestra historia personal un camino predilecto para la búsqueda de nuestro ideal. Esta misma historia será fuente constante de inspiración para la realización del Ideal Personal, pues Dios siempre nos habla en la vida y a través de la vida.

Por consiguiente, consideremos a la luz de una fe práctica los acontecimientos más significativos de nuestro caminar, para desentrañar su significación profunda, para conocernos a nosotros mismos y descubrir nuestra tarea de vida. Estos hechos son un llamado de Dios. Así como Dios tejió con Israel una historia sagrada, así también teje en nuestra vida –y nosotros con Él- una "pequeña historia sagrada": la historia de nuestra alianza, el designio de nuestro Ideal Personal.

Para lograr este objetivo es necesario:

Primero: hacer memoria.

Sabemos quienes somos en la medida en que conocemos nuestro origen y nuestro devenir. Por eso, partimos recordando las diversas etapas por las cuales hemos pasado, los acontecimientos que han marcado nuestra vida. Hagamos una cronología de nuestro camino: nacimiento, primera infancia, pubertad, juventud, etc. Subrayamos los acontecimientos más sobresalientes y las vivencias más profundas. Tal vez el cambio de una ciudad a otra, pruebas o caídas graves, encuentros o amistades significativas, etc. En resumidas cuentas, registramos todo aquello que nos parece importante, por su influjo positivo o negativo, y revisamos nuestras vivencias fundamentales en el encuentro con Dios, en relación con el prójimo, en el trabajo, etc.

Segundo: interpretarla a la luz de la Divina Providencia.

Una vez hecho este recuento cronológico o breve autobiografía, pasamos a interpretarla a la luz de la Divina Providencia. Es decir, tratamos de desentrañar en la meditación y en la oración, iluminados por la luz de la fe, el mensaje que Dios nos envía a través de nuestra historia. El Señor habla mediante los acontecimientos, sean estos positivos o negativos. Muchas veces Dios nos llama la atención y nos señala una tarea de vida por los sucesos o las vivencias que nos han causado un profundo sufrimiento, o han constituido para nosotros una fuerte crisis existencial. Dios quiere que aprovechemos las experiencias dolorosas que hemos tenido, sin excluir el pecado, de acuerdo a la afirmación de san Pablo: "Todo coopera al bien de los que aman a Dios".

Nada importante debe quedar fuera de nuestra reflexión. Cada acontecimiento significativo será elaborado en la meditación y oración. Cuando tomamos conciencia que Dios tiene un plan de amor, conseguimos una profunda reconciliación con nosotros mismos y con nuestra historia de vida concreta.

Tercero: descubrir las constantes de la propia vida

El tercer paso en este camino, consiste en descubrir las constantes de la propia vida. Dios nos va haciendo "señales" en el camino y nos llama la atención sobre cosas que son importantes, que nos muestran su voluntad. En nuestra historia se revela también la estructura sicológica original
con que Dios nos ha dotado, el impulso fundamental que vibra en nuestro ser, la tarea hacia la cual tendemos, el compromiso que requieren de nosotros los signos del tiempo y las circunstancias, todo aquello que el Espíritu Santo infunde en nuestro ser como gracia y carisma personal. La meditación de nuestra historia es, desde este punto de vista, un camino privilegiado para encontrar el Ideal Personal, al cual debemos dar una importancia particular.

No está de más insistir en que la reflexión de nuestra historia, a la luz de la fe práctica en la Divina Providencia, debe estar acompañada de la oración. No es simplemente un análisis; es una meditación y una revisión de nuestra vida con la mirada de Dios.

Para realizar bien esta revisión, necesitamos tiempo y tranquilidad. Conviene, por eso, efectuarla durante un retiro espiritual o tomando un tiempo más largo de meditación que el habitual, durante algunas semanas o meses.
Si ya hemos recorrido los caminos más intuitivos de búsqueda del Ideal Personal, comparémoslos ahora con lo que sacamos en limpio de la meditación de nuestra historia de vida.