La formulación del Ideal

La etapa de búsqueda del Ideal Personal culmina con la formulación de un lema, con un símbolo y una oración personal.

P. Rafael Fernández

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La etapa de búsqueda del Ideal Personal culmina con la formulación de un lema, con un símbolo y una oración personal.

a. Labor de síntesis

Una vez recorridos los diversos caminos de búsqueda del Ideal Personal, se hace necesaria una labor de síntesis. Al contemplar y comparar el fruto de nuestras meditaciones, descubriremos con relativa facilidad que ciertos elementos tienden a repetirse. Se trata normalmente de tres o cuatro elementos referidos a nuestras tendencias básicas y que expresan la misión que Dios nos ha encomendado.

Toda formulación del ideal necesariamente será incompleta. No se trata de hacer un resumen de todo aquello a lo cual aspiramos, sino de captar el nervio central, la médula, o nuestro "secreto" más personal. Por eso tratamos de sintetizar lo encontrado en dos o tres aspectos o actitudes centrales. En la formulación del Ideal Personal muchos elementos quedarán necesariamente implícitos. Por ejemplo, puede suceder que alguien posea una rica experiencia de la paternidad de Dios y vea todo desde el punto de vista de la filialidad. El desarrollo fiel de esa gracia y tendencia fundamental, lleva a captar progresivamente la vinculación a Cristo, al Espíritu Santo y a la Iglesia, como fue el caso, por ejemplo, de santa Teresita de Niño Jesús.

A partir de la filialidad se descubre la fraternidad, el espíritu de servicio, la obediencia, la audacia, etc., es decir el conjunto orgánico de virtudes que abarcan de la realidad natural y sobrenatural. Por medio de esa concentración o «reducción» propia del Ideal Personal, se va alcanzando paulatinamente la madurez en Cristo. El Ideal Personal nos da así un rostro y carácter definidos, evita que permanezcamos en la dispersión o que nos esforcemos mecánicamente por la consecución de actitudes separadas unas de otras. En este sentido, es válida la frase de Nietzche: «Temo al hombre de una sola idea».

Una vez hecho el trabajo de síntesis antes mencionado, podemos ir aún más a fondo, buscando cuál es la raíz última, qué es aquello que está más vivo en nuestra alma, cuál es el aspecto más fuerte de nuestra pasión dominante, la tarea que más nos atrae y que enciende nuestro ser con mayor vigor.

b. Formular un lema y escoger un símbolo

Una vez dados estos pasos, estaremos en condiciones de formular nuestro Ideal Personal y/o de expresarlo en un símbolo.

El lema recoge en forma sucinta el núcleo de nuestro ideal, matizándolo con la evocación de otros elementos centrales si así nos parece conveniente.

En todo caso, es aconsejable aludir en el lema a las notas positivas y también a los obstáculos que más impiden la realización del Ideal Personal. Si alguien acentúa la tendencia a la donación y servicio, o a la fidelidad, y elige como lema, por ejemplo: «Fiel en la entrega», podría ocurrir que la falta de iniciativa y de espíritu de lucha hagan que ese ideal pierda poco a poco su dinámica. Debería completar entonces su formulación diciendo: «Heroicamente fiel», o «Por tu reino, fidelidad heroica». De este modo, en el mismo lema se da una polaridad que invita a la acción y a la superación de nuestras debilidades.

El lema elegido como fórmula del Ideal Personal, no debe ser una idea abstracta, vaga, ni un puro concepto, sino una frase corta, concisa, emotiva, que llame a la acción.
Ese lema nos hará así vibrar interiormente, y despertará el núcleo de nuestra vivencia religiosa y de nuestra vocación personal.

En lugar de un lema podemos usar un símbolo, o bien ambas cosas a la vez: un símbolo suele sugerir más que las palabras y traducir mejor nuestras aspiraciones.

También es útil una fórmula más larga del ideal, como complementación al lema, e incluso escribir una especie de resumen general o «carta magna» del Ideal. Así podremos revisar y profundizar mejor el contenido de nuestro ideal en las renovaciones mensuales y en nuestros retiros espirituales.

Podríamos contentarnos con una captación global del ideal sin llegar a expresarlo en un lema o en un símbolo definido o podríamos usar a la vez varias fórmulas o imágenes. Sin embargo, nuestro sistema de autoformación recomienda como particularmente útil y hasta necesario, dado el tiempo que vivimos, llegar a una mayor concreción. Es cierto que una frase o un símbolo nunca podrán resumir adecuadamente toda la riqueza del Ideal. Pero, si atendemos al tipo de vida que llevamos, a la atmósfera adversa en la que normalmente nos movemos, o a la pluralidad de motivaciones que nos solicitan y al ajetreo reinante en nuestro ambiente que nos dispersa, entonces resulta claro que se requiere un lema o de un símbolo que sea la estrella o brújula que constantemente nos ponga en contacto con nuestro con aquello que da sentido profundo y, a la vez, continuidad a nuestra vida. Ese lema/símbolo se convierte en el punto de referencia o centro de asociación de nuestras vivencias y actividades,. Evocarlos basta para ponerse en contacto con el núcleo de nuestra personalidad, con nuestro «pequeño secreto». De este modo también podremos mantener un contacto vivo con el Señor y «caminar en su presencia», en medio de la dispersión y complejidad de nuestro medio ambiente y de las múltiples ocupaciones que nos requieren y exigen constantemente.

Normalmente no es aconsejable cambiar la formulación, a menos que la elegida se muestre realmente inadecuada. Ciertos desarrollos verdaderamente esenciales del Ideal Personal pueden hacer necesario agregar o cambiar a veces una palabra del lema, o modificarlo conjuntamente con el símbolo. Pero, para justificar ese cambio, no basta que en un momento dado el lema elegido «no nos diga nada». Una fórmula que se elige y que luego se archiva, pasado algún tiempo, probablemente no nos dirá nada. Primero debemos trabajar efectivamente con la fórmula del Ideal; de otro modo no alcanza a llenarse de valor ni es capaz de despertar nuestras energías.

c. La oración del Ideal Personal

Por último, es también conveniente redactar una oración del Ideal Personal, en la que se exprese su contenido en forma sencilla. Esta oración debe ser más bien corta, para que pueda rezarse al modo de un Padrenuestro, un Avemaría o la «Pequeña Consagración» («Oh Señora mía, oh Madre mía...»). Rezarla cada día, sea en la mañana o en la noche, refuerza aún más la profundidad de nuestra vida interior.

Un acto de ofrecimiento y compromiso con el Señor y la Santísima Virgen, puede sellar esta etapa de búsqueda del Ideal Personal. Entonces, a ellos pedimos el auxilio de su gracia, que nos hace dóciles a la voluntad de Dios Padre.

 

a. Labor de síntesis

Una vez recorridos los diversos caminos de búsqueda del Ideal Personal, se hace necesaria una labor de síntesis. Al contemplar y comparar el fruto de nuestras meditaciones, descubriremos con relativa facilidad que ciertos elementos tienden a repetirse. Se trata normalmente de tres o cuatro elementos referidos a nuestras tendencias básicas y que expresan la misión que Dios nos ha encomendado.

Toda formulación del ideal necesariamente será incompleta. No se trata de hacer un resumen de todo aquello a lo cual aspiramos, sino de captar el nervio central, la médula, o nuestro "secreto" más personal. Por eso tratamos de sintetizar lo encontrado en dos o tres aspectos o actitudes centrales. En la formulación del Ideal Personal muchos elementos quedarán necesariamente implícitos. Por ejemplo, puede suceder que alguien posea una rica experiencia de la paternidad de Dios y vea todo desde el punto de vista de la filialidad. El desarrollo fiel de esa gracia y tendencia fundamental, lleva a captar progresivamente la vinculación a Cristo, al Espíritu Santo y a la Iglesia, como fue el caso, por ejemplo, de santa Teresita de Niño Jesús.

A partir de la filialidad se descubre la fraternidad, el espíritu de servicio, la obediencia, la audacia, etc., es decir el conjunto orgánico de virtudes que abarcan de la realidad natural y sobrenatural. Por medio de esa concentración o «reducción» propia del Ideal Personal, se va alcanzando paulatinamente la madurez en Cristo. El Ideal Personal nos da así un rostro y carácter definidos, evita que permanezcamos en la dispersión o que nos esforcemos mecánicamente por la consecución de actitudes separadas unas de otras. En este sentido, es válida la frase de Nietzche: «Temo al hombre de una sola idea».

Una vez hecho el trabajo de síntesis antes mencionado, podemos ir aún más a fondo, buscando cuál es la raíz última, qué es aquello que está más vivo en nuestra alma, cuál es el aspecto más fuerte de nuestra pasión dominante, la tarea que más nos atrae y que enciende nuestro ser con mayor vigor.

b. Formular un lema y escoger un símbolo

Una vez dados estos pasos, estaremos en condiciones de formular nuestro Ideal Personal y/o de expresarlo en un símbolo.

El lema recoge en forma sucinta el núcleo de nuestro ideal, matizándolo con la evocación de otros elementos centrales si así nos parece conveniente.

En todo caso, es aconsejable aludir en el lema a las notas positivas y también a los obstáculos que más impiden la realización del Ideal Personal. Si alguien acentúa la tendencia a la donación y servicio, o a la fidelidad, y elige como lema, por ejemplo: «Fiel en la entrega», podría ocurrir que la falta de iniciativa y de espíritu de lucha hagan que ese ideal pierda poco a poco su dinámica. Debería completar entonces su formulación diciendo: «Heroicamente fiel», o «Por tu reino, fidelidad heroica». De este modo, en el mismo lema se da una polaridad que invita a la acción y a la superación de nuestras debilidades.

El lema elegido como fórmula del Ideal Personal, no debe ser una idea abstracta, vaga, ni un puro concepto, sino una frase corta, concisa, emotiva, que llame a la acción.
Ese lema nos hará así vibrar interiormente, y despertará el núcleo de nuestra vivencia religiosa y de nuestra vocación personal.

En lugar de un lema podemos usar un símbolo, o bien ambas cosas a la vez: un símbolo suele sugerir más que las palabras y traducir mejor nuestras aspiraciones.

También es útil una fórmula más larga del ideal, como complementación al lema, e incluso escribir una especie de resumen general o «carta magna» del Ideal. Así podremos revisar y profundizar mejor el contenido de nuestro ideal en las renovaciones mensuales y en nuestros retiros espirituales.

Podríamos contentarnos con una captación global del ideal sin llegar a expresarlo en un lema o en un símbolo definido o podríamos usar a la vez varias fórmulas o imágenes. Sin embargo, nuestro sistema de autoformación recomienda como particularmente útil y hasta necesario, dado el tiempo que vivimos, llegar a una mayor concreción. Es cierto que una frase o un símbolo nunca podrán resumir adecuadamente toda la riqueza del Ideal. Pero, si atendemos al tipo de vida que llevamos, a la atmósfera adversa en la que normalmente nos movemos, o a la pluralidad de motivaciones que nos solicitan y al ajetreo reinante en nuestro ambiente que nos dispersa, entonces resulta claro que se requiere un lema o de un símbolo que sea la estrella o brújula que constantemente nos ponga en contacto con nuestro con aquello que da sentido profundo y, a la vez, continuidad a nuestra vida. Ese lema/símbolo se convierte en el punto de referencia o centro de asociación de nuestras vivencias y actividades,. Evocarlos basta para ponerse en contacto con el núcleo de nuestra personalidad, con nuestro «pequeño secreto». De este modo también podremos mantener un contacto vivo con el Señor y «caminar en su presencia», en medio de la dispersión y complejidad de nuestro medio ambiente y de las múltiples ocupaciones que nos requieren y exigen constantemente.

Normalmente no es aconsejable cambiar la formulación, a menos que la elegida se muestre realmente inadecuada. Ciertos desarrollos verdaderamente esenciales del Ideal Personal pueden hacer necesario agregar o cambiar a veces una palabra del lema, o modificarlo conjuntamente con el símbolo. Pero, para justificar ese cambio, no basta que en un momento dado el lema elegido «no nos diga nada». Una fórmula que se elige y que luego se archiva, pasado algún tiempo, probablemente no nos dirá nada. Primero debemos trabajar efectivamente con la fórmula del Ideal; de otro modo no alcanza a llenarse de valor ni es capaz de despertar nuestras energías.

c. La oración del Ideal Personal

Por último, es también conveniente redactar una oración del Ideal Personal, en la que se exprese su contenido en forma sencilla. Esta oración debe ser más bien corta, para que pueda rezarse al modo de un Padrenuestro, un Avemaría o la «Pequeña Consagración» («Oh Señora mía, oh Madre mía...»). Rezarla cada día, sea en la mañana o en la noche, refuerza aún más la profundidad de nuestra vida interior.

Un acto de ofrecimiento y compromiso con el Señor y la Santísima Virgen, puede sellar esta etapa de búsqueda del Ideal Personal. Entonces, a ellos pedimos el auxilio de su gracia, que nos hace dóciles a la voluntad de Dios Padre.