La dirección espiritual

La dirección espiritual es una ayuda importantísima para la autoformación. Se hace particularmente necesaria al comienzo de la vida espiritual. La ayuda del director espiritual es como la que presta un tutor al árbol recién plantado.

P. Rafael Fernández

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La dirección espiritual es una ayuda importantísima para la autoformación. Se hace particularmente necesaria al comienzo de la vida espiritual. La ayuda del director espiritual es como la que presta un tutor al árbol recién plantado.

La expresión «dirección espiritual» es usual en la tradición de la espiritualidad cristiana. Sin embargo, puede inducir a error, porque el director espiritual no «dirige» propiamente a una persona ni le da normas, como podría hacerlo un superior, pues no posee ningún «derecho» sobre la persona. Quizás se le podría denominar mucho más acertadamente, «consejero espiritual». Este oficio lo ejerce normalmente un sacerdote, como algo propio de su carácter de pastor, pero también puede ejercerlo una persona consagrada o un laico con suficiente experiencia y criterio sobrenatural, que tenga especial conocimiento del alma humana y de la espiritualidad.

La misión específica de la dirección o consejería espiritual es ayudar a que la persona se conozca a sí misma y encamine su vida según el plan de Dios. En otras palabras, el director espiritual es un instrumento en las manos de Dios al servicio de una persona, para que ésta pueda encontrar y realizar su Ideal Personal con más facilidad y seguridad. Su función no es
«regir» o «dirigir», sino escuchar, ayudar a clarificar, insinuar. El director espiritual no presenta soluciones hechas, ni menos aún toma las decisiones. Su papel consiste más bien en estimular la libertad personal. Su mayor experiencia, sus conocimientos, su prudencia y la gracia de estado que Dios le confiere, hacen que su consejo sea calificado y constituya una voz especial de Dios para la persona que libremente acude a él.

La dirección espiritual se lleva a cabo en el fuero interno y en el orden de la confidencia personal. Por eso, su fundamento es la mutua confianza. Esta confianza permite que la persona se abra y, con sencillez y franqueza, plantee sus problemas. De nada serviría una
dirección espiritual en la cual se ocultaran algunas cosas o no se las dijera claramente. En este caso, la ayuda y consejo del director espiritual serán ineficaces, pues carece de suficiente información. Aunque, por otra parte, éste deberá «adivinar» muchas veces aquello de lo cual la persona no posee un conocimiento reflexivo o que no logra expresar con palabras.

La dirección espiritual no es una simple conversación de amigos, en la que se comenta tal o cual tema más o menos interesante. Es una conversación cualificada, orientada específicamente al fin señalado.

Normalmente, al inicio, la dirección espiritual se realiza una vez al mes. Más tarde, cuando la persona adquiera mayor autonomía, se puede espaciar más. En este sentido no debe perderse de vista que la dirección espiritual es especialmente importante en las primeras etapas de la vida espiritual (dos o tres años). Su sentido es motivar precisamente la autoformación, es decir, que el "dirigido" llegue a "dirigirse a sí mismo" (a auto formarse). El mayor logro de la dirección espiritual consiste en movilizar y promover la autoformación, a fin de que la persona misma sea capaz de orientar su vida con la ayuda del Espíritu Santo y los medios ascéticos que Schoenstatt le ofrece. Pasada esta primera etapa, debiese bastar, en la práctica, con la confesión regular y con uno o dos encuentros anuales de dirección espiritual propiamente dicha. El consejo del director espiritual o del confesor será especialmente valioso cuando se trate de decisiones particularmente importantes para la vida futura, o momentos de crisis o de grandes cruces.

Al resumir el «balance» del mes, es costumbre mostrar las anotaciones del horario espiritual y del propósito particular, comunicando a la vez lo que se ha previsto para el mes siguiente. El director espiritual escuchará y sólo hará algunas observaciones o comentarios en la medida que le parezcan necesarios, ya que el sentido de la dirección espiritual, como se dijo, es que la persona sea independiente y autónoma en sus decisiones. El consejo o la insinuación son únicamente ayudas subsidiarias para que pueda formar mejor su conciencia.

Es recomendable que la dirección espiritual esté unida con la confesión sacramental. De este modo, la vida espiritual adquiere una profundidad mucho mayor. No basta con que reconozcamos nuestros defectos y nuestras caídas. Tenemos que presentárselos al Señor con la confianza filial que él espera de nosotros. Así podremos también experimentar su bondad y su misericordia en forma personal y superar las heridas que deja en nosotros la experiencia siempre renovada de nuestra miseria. La confesión sacramental, vista en este contexto, hace que nuestros propósitos no sean solamente decisiones de nuestra voluntad, sino que expresen el anhelo de ser fieles a la alianza de amor y a la gracia que el Señor y la Santísima Virgen constantemente nos regalan.