Homilía del padre Carlos Padilla - 16 de julio

Domingo 16 de julio de 2023 | Carlos Padilla

Domingo XV TO- La Virgen del Carmen

Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23, 11-13; Mateo 13:1-23

«El que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta»

16 julio 2023    P. Carlos Padilla Esteban

«Cuando pongo el corazón en lo que hago voy por buen camino. Cuando el amor está bien anclado, con raíces hondas y vínculos sanos y verdaderos, me fío de sus deseos más hondos»

Todo comienza y crece desde mi originalidad. No soy una copia de nadie, soy único. No necesito vivir imitando a otros, aunque me atraigan sus talentos y capacidades. Quiero ser yo mismo y descubrir la belleza que porto en una vasija de barro. Sé que sólo seré feliz si soy fiel a mí mismo, si no renuncio a mi esencia tratando de granjearme el amor de nadie. No me anulo por amor, es todo lo contrario. El que ama bien es capaz de sacar lo mejor del interior. Cuando me aman bien soy capaz de mostrarme en toda mi verdad ante los demás. No tengo miedo al rechazo, ni al desprecio. En este camino de la vida descubro que estoy llamado a remar con mis propios remos y no puedo usar los de otros. Me llama Dios a navegar con mi barca. El mar en el que navego es mi propia alma y el corazón de Dios. Soy fiel a los latidos de mi corazón. Fiel al grito que se abre paso en mis entrañas en medio de silencios. Quiero ir allí donde el corazón me lleve, esa es la experiencia de mi vida. Cuando he caminado a algún lugar sin mi corazón siempre he acabado regresando con las manos vacías. Mientras que, cuando he escuchado los latidos de mi alma, en ese momento he sido capaz de navegar mar adentro, más hondo y más lejos. Si escucho la voz que grita en mi interior podré ser fiel a ese don que Dios ha escondido con cuidado y ternura en la piel de mi alma. Sembró una semilla y dejó que muriera para dar vida. Me gusta pensar que la soledad es la única posibilidad que tengo de crecer de verdad y con raíces profundas. Si aprendo a estar solo conmigo mismo habré ganado un buen amigo. No necesito estar continuamente en contacto con el mundo para ser feliz. Entiendo que no soy imprescindible y aun así lo que yo puedo dar y hacer nadie lo podrá dar ni hacer como yo lo hago. Ese es el valor de la originalidad. Saber que soy único es la clave. Cuando lo comprendo y acepto veo que mi vida es preciosa. Tengo un don oculto. Una belleza que sólo algunos serán capaces de ver. Los que me conozcan en profundidad. Aquellos a los que les abra la puerta del alma. Para poder darme a los demás tengo que poseerme por entero. Aceptar mis miserias y valorar mis capacidades. Soy especial, valioso, único. Ese descubrimiento es el que me salva de vivir mendigando cariño de todos los hombres. Cuando descubro la belleza interior de mi alma todo es más fácil. Entonces tiene sentido esa experiencia de saber que cuando pongo el corazón en lo que hago voy por buen camino. Donde el corazón me lleve no es un dejarme llevar por lo primero que me enamora. Es más profundo. Cuando el amor está bien anclado, tiene raíces hondas y vínculos sanos y verdaderos, puedo fiarme de sus deseos más hondos y verdaderos. Y seré capaz de descubrir las voces de Dios escondidas en los pliegues de mi alma. Escuchar el corazón en ese momento es escuchar a Dios hablándome a mí de forma personal y única. Son esas mociones del Espíritu las que me mueven hacia lo más hondo, más lejos y más alto. Hacer caso a esas voces es la única solución para no vivir disperso y perdido. Dios quiere que sea fiel a mi verdad, que no viva insatisfecho e infeliz. Quiere que la paz me llene en cada decisión que tome. Cometeré errores, Dios lo sabe, porque a veces no estarán claras esas voces que escucho o puede que mi corazón se apegue enfermizamente a aquello que no me construye, ni me sana. Educar el corazón es la tarea de toda mi vida. Es un camino largo que emprendo de la mano de Dios. Habrá emociones desordenadas, gritos que no me calmen, todo lo contrario. Habrá ansiedades y miedos que impidan que mi corazón ame bien. Tengo claro que educar el corazón es el único camino para llegar más lejos en las luchas de esta vida. Amar bien y no de forma enfermiza. Querer el bien para mi vida, lo que me hace libre, lo que me sana en todas mis heridas. Un corazón sano sabe que lo que desea es lo que le conviene y lo que elige lo que hará feliz con el paso del tiempo. Las decisiones importantes y más valiosas tienen lugar en el corazón. Allí habrá fuerzas encontradas y divisiones. Tendré que contar siempre con ese pecado que me dejó roto desde la cuna. Educar mi alma es posible sólo de la mano de Dios. Le entrego a Él todos los sentimientos y tendencias que no me hacen bien. Un en corazón puro es capaz de ver a Dios. Ese corazón es el que deseo educar y cuidar. 

En el monte Carmelo se esconde la Virgen del Carmen. Se esconde y espera a que yo vaya a su encuentro en la soledad. María siempre me aguarda. Tiene paciencia, sabe que iré. Que llegaré a su presencia y me quedaré a su lado. No sé cómo lo sabe, pero lo intuye. Aguarda a que llegue. La felicidad es un don que espero y busco. Decía Carl Jung: «Incluso una vida feliz no puede estar exenta de cierta oscuridad, y la palabra felicidad perdería su significado si no estuviera equilibrada por la tristeza. Es mucho mejor tomarse las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad». María me enseña el camino de la felicidad. No todo es luz, hay sombras. Quiero vivir la vida con paciencia. ¡Cuánto me cuesta esperar! Hay cosas que pueden salir mal. Y tengo que tomarlas como vienen. Con paciencia, sin perder la paz interior. Si no supiera cómo sabe la amargura de la derrota, no valoraría igual la dulzura de los pequeños éxitos. Si no he sufrido el desamor, no viviré igual la bondad del amor. María sufrió la cruz, una espada atravesó su corazón. Sabe que a mí me cuesta la vida, me pesan las dificultades, me amargan los fracasos. Quiero ser feliz, con esa felicidad de los niños que se asombran ante la vida. Comenta Dita von Teese: «Algunos días son malos, eso es todo. Hay que experimentar la tristeza para conocer la felicidad y me recuerdo a mí mismo que no todos los días van a ser buenos, ¡Así son las cosas!». Conocer los extremos me ayuda. Saber que no siempre voy a estar eufórico y feliz. La vida no es así. Habrá días malos y tristes. Los amasaré en mis manos. Los aceptaré con paciencia. Tener tristezas en el alma es normal y forma parte de la vida. María lo sabe y me llama a dejar en sus manos lo que hoy me pesa. Me pide que tenga paciencia. Que no me pierda por los caminos. Que luche, que espere, que aguante, que no pierda la bondad. El odio que recibo puede volverme frío, duro, insensible. El desprecio me aleja de la meta. Creo que es posible mantener el corazón inocente. Al menos lo intento y le pido a María que Ella haga el milagro. Es posible. No pretendo hacerlo todo bien y siempre. No creo que todos estén contentos conmigo. No hay posibilidad de descubrir la bondad oculta. El rencor tiene una voz más poderosa que la misericordia. Grita más el odio que el amor. Me duelen los fracasos que me entristecen. Las noches son más largas que los días, eso me parece. María espera siempre en su gruta, aguarda en su monte a que yo llegue. Muchas cosas de las que hago no son valiosas. Se me escapan entre los dedos y se pierden. Las malas noticias llegan y sólo puedo aceptar con calma lo que no puedo cambiar. No siempre van a salir las cosas bien. Habrá noches muy negras y días que amanecen más tarde de lo esperado. Y María que siempre está a la vuelta del camino, dispuesta a vivir conmigo. Hay sombras, hay luz. María quiere que camine de su lado por la vida. Hago planes, proyecto, deseo que sucedan ciertas cosas, siembro una semilla y espero el fruto correspondiente. Camino con esfuerzo una larga distancia y espero estar ya cerca de la meta, más cerca. Abrazo con cariño y deseo ser correspondido por un mismo amor. Escucho mientras hablan y espero que me escuchen cuando hablo. No me turbo ante las tormentas inesperadas. No había planificado los fracasos en mi hoja de ruta. No siempre las tentaciones son más fuertes que mi voluntad. A veces creo que la vida se juega en decisiones grandes, pero es en las pequeñas donde todo se juega. El amor más sincero es el agradecido. No por recibir mucho estoy en deuda con alguien. Las miradas tristes son el reflejo de un alma triste. Llegar tan hondo y dar algo de luz es el camino que espero recorrer. María me llama con su voz dulce. Pronuncia mi nombre una y otra vez desde su gruta. Quiere que vaya hasta Ella y descanse. Me salvaré, me dice. No como mérito, sino como don. Leía el otro día: «A veces pasan cosas malas. Mientras tanto, el mundo sigue. Parece que va a detenerse, porque nos resulta imposible que ahí fuera todo siga igual cuando dentro de nosotros sentimos que se ha acabado, que ya no queda nada que lo mueva. Pero no, gira. Un día, otro, y otro..., el mundo se mueve y nosotros debemos seguir adelante»[1]. las cosas malas suceden. Y las pérdidas. No se detienen los días cuando los míos parecen morir. No me queda más remedio que seguir viviendo, buscando en algún lugar del alma una esperanza que le devuelva alegría a la vida. Saber que el dolor necesita tiempo para calmarse es evidente. Aun así no me siento capaz de entregarle la vida a alguien, dándole un poder excesivo sobre mis planes. No le tengo miedo al mañana y sus sorpresas. Ser feliz no es la meta de nadie. Es el deseo de llevar una vida plena y sencilla lo que mueve mi corazón. Aprender a decir la verdad, dejando de lado las mentiras, me libera desde lo más profundo. Hay mucha esperanza en los ojos grandes que me miran cada mañana. María no duda de mi valor, de mi belleza. Y yo sé que sus pasos van al ritmo de los míos. Me gusta pensar que las sombras vienen de mis pensamientos negativos. Si supiera cambiar tendría más luz.

Dicen que descansar es un arte. Que no es fácil encontrar el descanso. Uno puede huir lejos y aun así no ser capaz de cortar con lo que le pesa, con lo que lleva cargando en la espalda. El alma duele. Las heridas del ayer. Las exigencias de la vida. Los miedos, las inquietudes. No todo es perfecto, y eso es lo que el corazón desearía. Parar no significa encontrar descanso. Hay que cambiar de actividad para descansar de verdad. Cambiar de lugar y recorrer otras tierras ayuda. Salir de la vorágine de la vida que me absorbe. No es tan sencillo cortar de verdad y sentir que el alma se relaja. Y los días pasan llenándome de paz. Quisiera aprender a descansar. Soltar el peso que me lastra. Pensar en otras cosas o no pensar en nada. Pasear de un lado a otro. Sentir, mirar, volar. Como ese pájaro que necesita el aire para existir. Quisiera ser más libre para dejar atrás. y más valiente para empezar nuevos caminos. quisiera andar sin protegerme siempre. Y caminar despacio sin tener prisa para hacerlo. La levedad del ser es lo que anhelo. No sentir tanto, no llorar. Y dejar que las risas empapen el aire. Y los sueños llenen la soledad. Quisiera cantar las canciones que recuerdo como una suave melodía que me hace soñar. Las noches se diluyen en vagos recuerdos y el amanecer me llena de paz. Así son esos días cuando todo se escapa y nada me pesa demasiado. Quisiera vivir siempre con paz. Sin agobiarme con los mañanas que no controlo. Sin pensar en todo lo que me queda por hacer, en lo que hay que hay que arreglar para que funcione bien. Hay tantas cosas pendientes que requieren mi preocupación. Y es que a menudo me preocupo. Antes que ocuparme de las cosas, estas me preocupan. Sufro antes de poder hacer nada. Hoy escucho: «El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto». Hay demasiadas cosas por las que preocuparse. El mundo, la vida, los peligros, la violencia. Un mundo en decadencia. Las tentaciones que me seducen. Las preocupaciones que me quitan la paz. Si aprendiera a dejar a un lado lo que me quita el sueño. Y saber que no hay mucho que pueda hacer para cambiar el rumbo de mi vida. Todo puede suceder. No pienso demasiado. Las cosas pueden ir cada vez peor o mejorar de golpe. No pienso en todo lo malo que pueda sucederme. No me angustio por cosas que quizás nunca sucedan. Me da paz saber que no depende todo de mí. No quiero que se ahogue la palabra de Dios en mi corazón. Por eso necesito apartarme y descansar. Buscar un lugar nuevo y mirar hacia atrás agradecido. Lo pasado es importante. Quiero darle las gracias a Dios por lo vivido. Por lo bueno y por lo malo. Por lo fácil y lo difícil. Por las noches de dolor y de angustia. Por los días llenos de sol y de luz, donde la vida me sonríe. No depende de todos mi felicidad. No quiero que el mundo decida mi estado de ánimo. Agradezco y el corazón se ensancha. Se siente más tranquilo, relajado. Quisiera aprender a agradecer por lo que vivo. Por las personas que me acompañan en la vida. Con mi familia, en la que crezco y maduro, con la que convivo y sufro. Quisiera ser capaz de agradecer por cada uno, incluso con aquellos que más me cuestan y agradecer por los más distantes. Una mujer rezaba así al pensar en su marido: «Me ayuda a ensanchar mi corazón porque pensar en él saca lo mejor de mí. Gracias porque me bendice, porque me mira bien, porque cree en mí, confía en mí, me apoya, me comprende y me sana. Jesús, me sana. Tú le has dejado sanarme con su cariño. En sus ojos está tu mirada. Y a través de sus ojos veo a veces cosas desconocidas del mundo para mí. La complicidad al reírnos de las cosas. ¡Qué suerte tener alguien a quien contarle todo y que me comprende! ¡Qué suerte poder escucharle!». Ojalá pudiera mirar así a quien me ama, sea quien sea. Y agradecer por lo vivido. El que no agradece deja pasar la vida sin fijarse en lo importante. Cuando siento que los demás están en deuda conmigo, no doy gracias. Siento que la vida me debe algo y me quejo en lugar de agradecer. Por eso quiero que la actitud del agradecimiento esté muy dentro de mi corazón. Hay más personas buenas que malas a mi alrededor. Me han ocurrido muchas más cosas buenas que malas. Tengo más motivos para dar gracias que para quejarme. Por supuesto todo podría ser mucho mejor. Podría tener más paz, más amigos, más alegría. Lo que me impide descansar es no ser capaz de agradecer. Miro mi vida y doy gracias. Miro al cielo y le agradezco por el don de la vida, por la salud, por mis hermanos, por los que me aman, por aquellos a los que amo. Por el sol, por las alegrías vividas. Por las lágrimas vertidas. Por todo lo que recibí sin merecerlo en este año. Por todo lo que conseguí con mi esfuerzo y con mi entrega. Por todo lo que amé. Por lo que dije e hice. Por las palabras calladas, por aquellas que no fueron completas. Por mis errores que me hicieron caer. Por mis olvidos que dañaron. Gracias porque aprendí más de las derrotas que de las victorias. Gracias porque la vida me ha enseñado a entregarme sin esperar recibir lo mismo a cambio. Gracias por las veces en las que me quejé, ahí me di cuenta de todo lo que podía ganar sin no me quejaba tanto. Gracias por los sueños que volvieron a darle alas a mi corazón. Gracias por la generosidad de tantos que no se cansan de amar, de servir, de entregarse. Gracias por los desencuentros que me hicieron aprender. Gracias por los planes que no salieron como yo esperaba y me dieron mucha más paciencia y nuevos horizontes. Gracias por esos enojos que me recordaron que no todo resulta como yo deseo. Agradecer me sana por dentro.

La paciencia es un don que anhelo. También la fe para seguir creyendo cuando me entran dudas y miedos. Me gustan las palabras que hoy escucho: «Tú visitas la tierra y la haces rebosar, de riquezas la colmas. El río de Dios va lleno de agua, tú preparas los trigales. Así es como la preparas: riegas sus surcos, allanas sus glebas, con lluvias la ablandas, bendices sus renuevos. Tú coronas el año con tu benignidad, de tus rodadas cunde la grosura; destilan los pastos del desierto, las colinas se ciñen de alegría; las praderas se visten de rebaños, los valles se cubren de trigo; ¡y los gritos de gozo, y las canciones!». Pienso en ese Dios generoso que gobierna mi vida. No me deja nunca, pase lo que pase: «Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié». La Palabra de Dios fecunda la tierra. Dios lo creó todo y no se desentiende de lo creado. Eso me gusta pensarlo. Mi vida está en las manos de Dios. Hoy se habla del universo, de la energía, de los astros, de una fuerza oculta que gobierna el universo. Yo creo en un Dios personal que me mira a los ojos y me ama. Habita en el fondo de mi alma y en lo más alto del firmamento. Vive en todo lo que me sucede y está presente en el aire que respiro. Creo, sencillamente creo en un Dios al que le importo. Dejo de preocuparme tanto por lo que ha de venir. Necesito más fe para no dudar. O cuando dude pensar que Dios tiene siempre la última palabra, la respuesta para mi vida. Mis dudas forman parte de mi fragilidad humana. En momentos de desolación puedo llegar a perder las ganas de vivir, puedo incluso caer en la desesperación y llegar a desear la muerte. Pero no es eso lo que quiere Dios de mí. Él puede hacer que el desierto florezca. Puede sacar vida de la muerte. Y esperanza de la desesperanza. Cuando parezca todo perdido se abrirá la rendija de una puerta que permanecía oculta. Y llega la luz, la vida. En medio de la noche de mi vida Dios enciende una luz para mostrarme un camino que yo ignoraba. A veces me obsesiono tanto con los problemas del momento. Me turban los miedos que anidan en mi alma al pensar en el futuro. Y siento que todo está perdido, me asaltan las dudas. Necesito mirar al cielo para comprobar que Dios no se olvida de mí. Me envía su palabra para que se haga vida en mi camino y pueda regalar alegría en medio de mis pasos. Esa esperanza del profeta es la que quiero mantener siempre. Dudo porque es parte de la vida. No importa. Las dudas alimentan mi esperanza. El sufrimiento de hoy no puede llenarme de amargura: «Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo». Anhelo el futuro que aún no poseo. Deseo que suceda lo que ahora sólo sueño. Y el corazón se alegra en medio de los pesares diarios. Nada es tan grave como para quitarme la alegría. Una pérdida, una enfermedad, una desgracia. Nada de eso es lo que deseo. Sé que estoy llamado a una vida más grande al final del camino y eso me llena de luz y de alegría. Puedo caminar más lejos, puedo llegar a lo más hondo de esta vida. Puedo porque la luz no me va a dejar nunca. La esperanza está al comienzo de cada nuevo día. Sé que es posible caminar en medio de tantas turbulencias. Me tomo de la mano de Dios que no me va a dejar solo. Su paz me consuela en medio de días revueltos. Hay una promesa que habita en mi corazón. No tengas miedo, me repite Dios al oído para que no tema. Deja de aferrarte a tus sueños pequeños. Ábrete a los sueños grandes que un día dibujé en tu alma. Me pide que no me desespere cuando las cosas parezcan no tener salida. Dios proveerá. Esa sensación de seguridad que Dios me da me calma. Miro al cielo cuando temo que, lo que más miedo me da, pueda suceder. Esa esperanza de María, de Jesús me llenan de alegría. Su Palabra viene a fecundar la tierra y es lo que más deseo, que llene de vida mi corazón marchito. Los temores y las dudas no podrán socavar nunca mi esperanza. No abandonaré al pensar que todo está perdido. No dejaré que le vida sucumba a mis pies por haber dejado de creer. Seguiré creyendo, sencillamente, con la mirada fija en ese Dios que me ama y acompaña.

He escuchado muchas veces la parábola del sembrador. Sale a sembrar y su semilla no siempre da el fruto esperado. La semilla es el reino y no siempre puede crecer. Algunas semillas, algunas palabras caen en el camino: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino». Las aves son el maligno. La semilla ha quedado desprotegida y no ha podido dar su fruto. Ha muerto porque se ha encontrado al descubierto, abandonada. Llegan los pájaros y se la llevan. Me da miedo pensar en esa semilla que en mi vida ha quedado así, desprotegida. He tenido suerte en mi vida. Han caído muchas palabras, muchas semillas. Creo que he desaprovechado oportunidades, momentos que eran sagrados y no he dejado que creciera. La semilla no siempre da fruto, depende de donde caiga. No comprendo la palabra de Dios. No entiendo lo que me pasa y no sé actuar en consecuencia. Entonces muere la semilla y no da fruto dentro de mí. Puede ser porque estoy distraído pensando en otras cosas. O porque vivo en la superficie y todo lo que me sucede no echa raíces, se queda en la tierra dura y ahí los peligros son mayores. No dejo que las raíces crezcan. Porque vivo pensando en las cosas del mundo, despistado, perdido. Sin mundo interior. Hay más tentaciones que hoy describe Jesús: «Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumba enseguida». Entre piedras no hay mucha tierra. No dejan las piedras que las raíces crezcan. Brotan enseguida pero pronto el calor acaba con la vida que brota. No permanece en el tiempo. Falta fidelidad. Me gusta esa imagen de la fidelidad, la constancia, la perseverancia. El que no persevera muere. Decía Lao-Tse: «Si no cambias de dirección, puede que llegues adonde vas». Esa imagen me gusta. Caminar en la misma dirección sin mirar a todas partes, sin detenerme. A esa semilla le faltó hondura de tierra en la que echar raíces para poder resistir las altas temperaturas. El calor acaba con la vida de esa semilla. La palabra que no echa raíces se acaba olvidando. Es como esa palabra que me entusiasma pero dura poco y la olvido. Es triste pero siempre es así. Cuesta esa fidelidad sostenida en el tiempo. Me gustaría mantenerme firme en medio de mi camino. Pienso en todo lo que podría dar y hacer si fuera fiel a mis propósitos, a mis deseos. Hay otras semillas que también mueren: «Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron». Escucho la palabra pero hay demasiada mala hierba a mi alrededor. No entra la luz, no puedo respirar. La semilla muere, sin que pueda evitarlo, aplastada por el peso de las preocupaciones. Vivo volcado en el mundo y no dejo que la palabra de Dios cale en mi corazón. Son las palabras del mundo las que más escucho. No hago silencio, no tengo mundo interior, no permito que la palabra tenga vida dentro de mí. Por último me habla Jesús de esa palabra que sí da mucha vida: «Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta». La tierra buena es mi corazón cuando he trabajado la tierra para que esté mullida, he echado abono para que crezca la raíz. He cubierto la planta para que el sol no la mate. La he regado y cuidado como un jardinero sabio para que no se seque. Me he preocupado de lo importante para que la vida llegue a su madurez. Para eso tengo que invertir tiempo, paciencia y mucho amor. A veces pienso que no se me dan bien las plantas. Las miro, las cuido, las riego. Pero pronto me despisto y siento que languidecen. Y ya no sé si tienen demasiada agua o tal vez muy poca. No sé si la tierra está abonada en exceso o muy poco. No me habla la planta y no me dice lo que necesita. Tal vez me pasa lo mismo con esa Palabra que viene de Dios y busca alimentar mi corazón. Cuando vivo desparramado en las cosas del mundo no tengo momentos para la soledad, para el silencio, para la meditación. Tan preocupado estoy de las cosas urgentes que descuido las necesarias. No me abro a dejarme interpelar por la palabra. No pienso en lo nuevo que Dios quiere despertar en mí. Y si veo cosas nuevas y positivas para mi vida, me falta paciencia, dedicación, perseverancia. La Palabra de Dios viene a mí cada día y quiero ser capaz de escucharla. Estoy atento, despierto, mirando a mi alrededor. Me gusta esa Palabra que da vida, que enriquece el alma. Me gustaría dar cobijo en mí a muchas corrientes de vida que Dios despierte. Vivir hacia dentro me hace fecundo. Vivir volcado hacia fuera me acaba secando. La vida honda es la que perdura, mucho más que la que muere en la superficie de las cosas. Quiero tener un mundo interior vivo y despierto. Quiero escuchar a Dios que me habla de muchas formas. Me habla a través de las personas, a través de las cosas que me pasan, a través de la Palabra de Dios en el Evangelio. Ahí actúa dentro de mí y me da vida. Amo a ese Dios que quiere mostrarme el camino a seguir a cada paso. Podrán venir a verme Dios de muchas maneras, pero si no guardo su palabra, morirá ante las primeras contrariedades de la vida. Quiero ser fiel en lo pequeño y sé que el fruto de Dios será abundante en mí.

Me gustan los cuentos y los mitos que hablan de la verdad de las cosas. A Jesús le gustaba hablar en parábolas, no para confundir a los hombres, sino para que fuera más simple su mensaje: «Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Y acercándose los discípulos le dijeron: - ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les respondió: - Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron». Jesús quiere que entiendan en parábolas, en cuentos, tratando de hacerles ver lo importante de la vida. Si escuchan bien entenderán. Si abren su corazón captarán la verdad de las cosas, lo realmente importante en esta vida. Yo a veces oigo y no entiendo, veo cosas y no comprendo. Trato de saber la verdad de las cosas y no lo logro. Tengo quizás duros mis oídos y cerrados mis ojos. Me gustaría que Jesús me los abriera. Las parábolas me ayudan con su sencillez a comprender la vida, lo que está pasando a mi alrededor. Me alegra escuchar parábolas y cuentos que tratan de reflejar una parte de la verdad. Leía el otro día: «Al crear un mito, el hombre no hace sino reflejar de la única manera que está a su alcance un fragmento de la realidad que necesita de una respuesta. La muerte, el sentido de la vida y del sufrimiento, el amor, los celos, la traición, la tristeza; son realidades que acorralan al hombre desde que es hombre. Dios ha querido inspirarle ciertas verdades, o la verdad, podríamos decir, sobre estas preguntas y el poeta las ha expresado en imágenes, como ha podido. De modo que cada uno de estos cuentos, de estos mitos, contiene un reflejo de la verdad, aunque no la verdad completa»[2]. Las cosas fundamentales son expresadas de forma sencilla. Para mostrar en una historia una verdad que necesito absorber y comprender. Los cuentos hablan de lo que conozco. Una historia que revela una verdad inmutable. Las semillas son palabras. La tierra es mi propio corazón. Dependiendo de cómo esté la tierra la semilla dará fruto o no. Si está seca, morirá. Si está llena de abrojos, se ahogará. Así sucede con mi corazón. Si no lo estoy abierto se secará. Me gustan los cuentos que muestran lo que no sabría explicar con muchas palabras. Jesús recorría la tierra de Galilea sin parar de contar parábolas. Hablaba en el lenguaje que ellos conocían. No se subía a las alturas citando las Escrituras y hablándoles de lo que sólo los fariseos podían conocer. Quiere que ellos, gente sencilla y de campo, capten lo importante. El reino de Dios es para todos, no sólo para aquellos que lo comprenden todo. Refleja en sus palabras algo de la verdad que quiere transmitir. Quiero que mis palabras sean sencillas. Quiero hablar de lo importante sin tener que usar muchas palabras y frases. No quiero filosofar sobre las cosas que tienen valor. Prefiero imágenes, cuentos, mitos, que reflejen una realidad más honda y verdadera. No quiero confundir con palabras, prefiero guardar silencio, callar, decir poco, acompañar. Lo verdaderamente importante es lo que sucede en el corazón de cada persona. Me gusta pensar en toda la vida que puedo compartir sin necesidad de hablar mucho. Para ello quiero hablar desde el corazón. Desde aquello que vivo, no desde teorías. He decidido no teorizar mucho. Quiero tener palabras llanas y simples que conduzcan al corazón de Dios. Cuidar una semilla es como cuidar la palabra de Dios. Soy yo una oveja perdida y Dios sale a buscarme. El reino de Dios es un tesoro escondido en un campo que tengo que comprar. Un hombre importuno en la noche soy yo que le pide pan a Dios en todo momento y por necesidad. Yo estoy reflejado en esos cuentos. Como aquel que se queda al final del templo pidiendo misericordia. Me gusta identificarme con ese hijo prodigo que vuelve a casa. Con ese buen samaritano que cuida al caído. Son imágenes, cuentos que hablan de una verdad profunda con mucha sencillez. Y así la verdad habita en mi pecho.



[1] María Martínez, La fragilidad de un corazón bajo la lluvia

[2] Diego Blanco, Un camino inesperado: Desvelando la parábola de El Señor de los Anillos

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