Detectar nuestra pasión dominante

Cuando decimos "pasiones", entendemos aquellas fuerzas instintivas que nos impelen desde dentro, pero sin que ello connote una valoración moral. Las pasiones no son buenas ni malas. Son simplemente fuerzas. Su bondad o su malicia depende del objeto hacia el cual las orientamos mediante nuestra libertad.

P. Rafael Fernández

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 Se podría consultar muchos sistemas de caracterología para descubrir cuáles son nuestras tendencias. Por razones prácticas, utilizamos una nomenclatura tradicional que aún guarda su vigencia. Se trata de la distinción entre la pasión dominante "concupiscible" y la pasión dominante "irascible".

Por cierto, podríamos adoptar otros sistemas actuales de caracterología, si ello nos parece más conveniente. Lo importante es que nos brinden un camino fácil y certero en el discernimiento de nuestros impulsos y pasiones.

Cuando decimos "pasiones", entendemos aquellas fuerzas instintivas que nos impelen desde dentro, pero sin que ello connote una valoración moral. Las pasiones no son buenas ni malas. Son simplemente fuerzas. Su bondad o su malicia depende del objeto hacia el cual las orientamos mediante nuestra libertad.

Cuando decimos pasión "dominante", constatamos que la persona posee diversas pasiones, pero una entre ellas destaca más que las otras. Será extraño encontrar una persona en la cual una sola pasión domine casi exclusivamente. En general se da un cierto equilibrio. Además, a partir de la pasión dominante, debe cultivarse también la otra complementaria a fin de lograr una personalidad más armónica.

Por pasión dominante "concupiscible" se entiende el impulso a dar y recibir amor, o el ansia de alcanzar una unión de amor con el tú. Al referirnos a ella hablaremos simplemente del ansia de dar y de recibir amor.

La pasión dominante "irascible" es aquella que nos impulsa a la acción y a la conquista, es la que nos mueve a superar los obstáculos que se presentan en el camino. La llamaremos ansia de conquista.

Si se analizan ambas pasiones en profundidad, constatamos que radican, en último término, en el instinto fundamental del ser humano creado según la imagen de Dios: el impulso al amor. El amor es, en definitiva, la pasión básica del hombre. Las pasiones dominantes que hemos nombrado son diversas modalidades del instinto fundamental del amor. El amor es una tendencia hacia un bien con el fin de poseerlo o de unirse a él. La persona aspira a un valor impulsada por el amor, que despierta en él la totalidad de sus fuerzas. Ante el objeto amado reacciona fundamentalmente de dos maneras: puede predominar en ella el deseo de poseerlo y unirse a éste para gozar y reposar en esa unión, o bien, puede estar más vivo el impulso de conquistarlo, cueste lo que cueste. Quien ama siente un impulso interior a superar las dificultades que obstaculizan la posesión del objeto amado.

Analizamos brevemente cada una de las pasiones dominantes.

La pasión dominante "concupiscible" o el ansia de dar y recibir amor

Como ya dijimos, esta pasión busca la unión con el ser amado y se complace en la comunidad del amor. A las personas en quienes domina esta pasión, no les importa tanto ser "grandes hombres", prefieren tener un gran amor. Desean primariamente darse personalmente y ser acogidas por un tú. Son temperamentos más bien afectivos. Instintivamente tienden al contacto personal, a crear lazos de amistad y a relacionarse. Poseen una tendencia que los impulsa naturalmente a la entrega y al sacrificio por el tú. Personalidades de este tipo poseen, normalmente, la capacidad de comprender y de sentir con los otros, están dispuestas a ayudar y a servir. Como son personas que buscan sobre todo la comunidad y goce del amor, carecen con frecuencia de espíritu de lucha y de conquista. Caen con facilidad en la sensualidad y en el pasivismo, en la pereza, en el subjetivismo, en la hipersensibilidad, en la cobardía y en la tendencia a poseer al otro egoístamente, o bien en una dependencia no sana del tú. Quien está impulsado por esta pasión, quiere ser comprendido y amado, y si no lo logra, se desconcierta y termina a veces cerrándose y amargándose.

Esta pasión dominante es positiva por la inmensa fuerza con que impulsa hacia el tú, hacia el intercambio personal, al servicio y a la entrega de sí mismo. Por ejemplo, José Engling, uno de los jóvenes fundadores de Schoenstatt, poseía esta pasión dominante. Formuló así su Ideal Personal: "Ser todo para todos, dependiendo especialmente de María". Supo encauzar esta fuerza fundamental y darle la orientación querida por Dios, logrando el heroísmo del amor. En santos como san Juan Evangelista, el discípulo amado por el Señor, o san Francisco de Asís ciertamente predominaba esta pasión.

La pasión dominante "irascible" o ansia de conquista

Tiene como objeto principal el espíritu de superación y de lucha. Es una pasión típica de personas combativas que son atraídas por valores como el poder y la gloria. Sienten el impulso instintivo a realizar cosas heroicas y se complacen en superar las dificultades que se presentan en la consecución de su objetivo. Son personalidades hechas para la acción. Quisieran ser héroes y realizar grandes hazañas, toman iniciativas con gusto y organizan, se sienten satisfechas cuando han logrado una conquista, mostrando así su capacidad de lucha.

Este tipo de personas tiende generalmente a caer en el orgullo, la ambición, el despotismo, la crueldad, la dureza, el utilitarismo y la falta de respeto. Les cuesta mucho aceptar los propios límites y darse personalmente. Encuentran placer venciendo situaciones difíciles, compitiendo y ganando, pero a veces, sin darse cuenta, imponen sus opiniones y sus deseos.

Quien posee esta pasión dominante cuenta con una fuerza que lo puede llevar muy lejos en la realización de su Ideal Personal. Max Brunner, otro de los jóvenes schoenstattianos fundadores, tenía como Ideal Personal "Ser una columna de la Iglesia". Era una típica personalidad en la que predominaba el ansia de conquista. San Pablo poseía ciertamente esta pasión dominante. De modo semejante, san Ignacio de Loyola, cuyo lema era: "Para la mayor gloria de Dios", se caracterizaba como un gran luchador por el reino de Cristo.

La pasión dominante y el Ideal Personal

Como ya dijimos, toda persona posee ambas pasiones. Debemos descubrir cuál es nuestra pasión dominante para poder encauzar positivamente toda su fuerza al servicio del Ideal Personal.

Nuestro Ideal Personal debe "alimentarse" de esta sustancia. En su formulación tiene que vibrar nuestra pasión dominante. Mediante encausamos y orientamos esa energía básica que Dios puso en nuestra alma.

Nuestro Ideal Personal nos ayudará también a despertar y desarrollar la pasión secundaria a fin de alcanzar una madurez integral de la personalidad. Por eso, quien está orientado hacia la conquista y posee un marcado espíritu de lucha, deberá aprender también a cultivar los valores de la entrega personal y del servicio abnegado a la vida ajena. Si alguien en cambio, por su temperamento, posee un fuerte impulso hacia la comunicación personal, al servicio y a la amistad, deberá cultivar los rasgos combativos de su carácter, la valentía para enfrentar los obstáculos y todo aquello que es más propio del ansia de conquista.

En la búsqueda de la pasión dominante, es necesario tener en cuenta que ésta se presenta dentro del marco de un amplio campo de posibilidades y formas. De acuerdo a la estructura psicológica propia de la persona y según las circunstancias que condicionan al individuo, la pasión dominante se actualiza de diversas maneras. Por eso, más allá de la determinación de la pasión dominante en general, nos interesa llegar a captar el impulso básico original de nuestro modo de ser.

Puede suceder que alguien vibre hondamente por la verdad, o tenga un marcado afán por construir y realizar, que posea una tendencia innata hacia lo social, o un fino sentido por la pureza, etc. Son innumerables las formas y los matices en los cuales puede expresarse la pasión dominante. Por eso es importante captar ese impulso fundamental original y convertirlo en el alma o energía interior del Ideal Personal. De esta manera, cultivando este impulso fiel y consecuentemente, bajo la influencia de la gracia que sana y eleva la naturaleza, y guiándonos por lo que nos indica la Divina Providencia mediante las circunstancias, conquistaremos poco a poco la plena libertad de los hijos de Dios en el amor.

Para descubrir la pasión dominante, podemos hacernos un test recorriendo las características de cada pasión y viendo cuáles son propias para nosotros. La persona debe observarse a sí misma y recordar especialmente los momentos en que actuaba en forma espontánea, cuando no estaba bajo el control de una reflexión consciente o sujeta al imperio directo de la voluntad. Tratamos, entonces, de captar nuestras reacciones más primarias, en nuestra manera de enfrentar la vida y en nuestros "sueños despiertos".
Pueden ayudarnos las preguntas sobre cuál ha sido la causa de mayores alegrías de nuestra vida, por qué, en ciertos momentos, nos hemos sentido plenamente realizados, o bien, preguntarnos qué cosas son las que más nos han hecho sufrir. A través de esas preguntas, con relativa seguridad llegaremos a tocar las raíces de nuestra estructura sicológica, a lo que hay de más vivo en nosotros, a aquello para lo cual tenemos mayor receptividad.