09. María y la mujer

P. Rafael Fernández

María y la mujer

Si bien la Santísima Virgen es señal de luz para la humanidad entera, como encarnación de la feminidad redimida, también lo es en forma particular para la mujer. Esta realidad la ha destacado especialmente el P. Kentenich, considerando que la presencia de lo femenino es decisiva en el destino del hombre, específicamente, del varón, de la familia, de las costumbres y de los criterios que rigen la vida de las naciones: la presencia de la mujer es un factor determinante de la cultura de los pueblos.

 

Durante siglos nuestra cultura estuvo marcada por una acentuación unilateral y deformante de lo masculino. Hoy vivimos los efectos desastrosos de una época “hipervirilizada”, que ha extrapolado los valores típicamente masculinos. Esto va en desmedro del mismo varón, porque, cuando lo masculino no es equilibrado, complementado y enriquecido por lo femenino, se desvirtúa. Y, por otra parte, va en general en desmedro de la cultura del pueblo como tal.

 

Si consideramos los signos propios de la deshumanización del hombre contemporáneo, podremos constatar cómo las cualidades más propias del varón han sido indebidamente absolutizadas. ¿Qué es hoy en día lo dominante? ¿No es el predominio de la máquina, de lo técnico y organizativo? ¿No es el razonamiento frío e impersonal, el utilitarismo y la manipulación del hombre por el hombre? ¿No es la técnica que tantas veces se ha usado no a favor del hombre sino para la destrucción, la violencia, la bestialidad de la fuerza bruta, de la guerra? ¿No es la nuestra una cultura en la cual existe desamparo y carencia de cuidado por los más necesitados? ¿No reina a menudo la desunión en la familia, la falta de comunidad, la ausencia de la calidez personal, la división entre persona y persona, entre raza y raza, entre clases sociales, etc.?

 

El cuadro es claro; nuestra cultura adolece de un mal profundo, existe una desoladora ausencia de lo auténticamente femenino, de maternidad, del respeto y del amor a la vida, de la interioridad, de los valores del corazón, del servicio abnegado de todo aquello que es vinculo personal y no, en último término, de la apertura a lo trascendente.

 

Lo más trágico es que en la mujer misma existe una gran desorientación. Busca su identidad y autovaloración sin lograr el modo adecuado de hacerlo. Ha querido conquistar un lugar en la sociedad, digno de su ser, pero su intento se ha visto frustrado porque le ha fallado un norte claro. ¿Qué ha hecho? Ha querido “competir” con el varón, “emancipándose”, pero, desgraciadamente, imitando servilmente su modalidad, tratando de igualarlo en todo. Ha renunciado a su originalidad más propia. O bien, ha exaltado su cuerpo y atracción sexual como medio para subyugar al hombre. El hecho es que ha caído en un servilismo y esclavitud aun peor, porque su norma y criterio de valoración los busca en el varón y no en su ideal propio; y porque, queriendo subyugar al varón, cada vez se ha hecho más esclava de sus instintos.

 

Por lo anterior, podemos comprender, entonces, por qué es tan importante la Virgen María en la hora actual. Pablo VI, en Marialis Cultus, afirma que “la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo”. Y destaca en especial su ejemplo para la mujer contemporánea. (Cf. MC, 37). Mirando a ella, la mujer reencuentra su identidad propia y está en condiciones de ejercer su influencia salvífica en la cultura y puede reparar la influencia que Eva ejerció para nuestra perdición.

 

“En María -afirma una y otra vez el fundador de Schoenstatt-, Dios regala a la mujer la corona de reina que había perdido”. En ella vuelve a ser reina. Aquella que se resiste a ser virgen y madre, redescubre en la Virgen María los valores de la virginidad y de la maternidad, y percibe nuevamente su importancia decisiva en el acontecer histórico.

En la misma línea, los Obispos latinoamericanos, en el Documento de Puebla, destacan la importancia de María para la cultura. Dicen: “María es mujer. Es “la bendita entre todas las mujeres”. En ella Dios dignificó a la mujer en forma insospechada. En María, el Evangelio penetró la femineidad, la redimió y exaltó. Esto es de capital importancia para nuestro horizonte cultural. En el que la mujer debe ser valorada mucho más y donde sus tareas sociales se están definiendo más clara y ampliamente. María es garantía de la grandeza femenina, muestra la forma específica del ser mujer, con esa vocación de ser alma, entrega que espiritualice la carne y encarne el espíritu”.

 

“María es garantía de la feminidad redimida. Ella también es garantía del complemento femenino que debe acoger el varón a fin de que su virilidad ¿?????? Es necesaria la presencia de la mujer redimida para que el varón sea redimido. Sólo con ella, con María, el varón podrá alcanzar la sencillez del niño, condición indispensable para entrar en el reino de los cielos y hacer de la tierra un reflejo del cielo; sólo así logrará abrirse más ampliamente a la realidad del amor personal; adquirirá una mayor armonía interior y alegría de vivir, y ejercerá su autoridad de acuerdo al corazón de Cristo; gestará vida en lugar de muerte. (DP 299)

 

Luego agregan: “Ella es el punto de enlace del cielo y de la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista” (DP 301). Sin María, podríamos continuar, toda la cultura se desfigura y deshumaniza. En ella y con ella, todo se dignifica y enaltece.

 

Un mundo más humano es un mundo más mariano; porque el mundo, para ser más humano, debe hacerse más cristiano, y Cristo se hizo hombre “ex Maria Virgine”, de María Virgen. Por eso, afirma el P. Kentenich, necesitamos que cada mujer sea una “pequeña María”, una mujer verdaderamente redimida, que, a semejanza de María y en dependencia de ella, traiga a Cristo, la Vida y la Luz del mundo a nuestro tiempo.