04. Una nueva espiritualidad mariana

P. Rafael Fernández

Una nueva espiritualidad mariana

El P. Kentenich no sólo propone una nueva imagen de María, sino también, el cultivo de una nueva relación a ella o de una nueva espiritualidad y devoción mariana.

 

Hay muchas maneras de vincularse a María; existen muchas y muy variadas piedades marianas en la Iglesia; diversas formas de vivir el marianismo. El P. Kentenich dejó como herencia su modalidad: la alianza de amor con nuestra Madre y Reina en el santuario.

 

Tal como la imagen de María, también la piedad mariana de nuestro pueblo, muchas veces, es incompleta, imperfecta e, incluso, desviada. Por lo general, vive una piedad unilateralmente pedigüeña, sentimental, sin una base bíblica y dogmática sólida, sin que movilice la voluntad y se plasme en un estilo de vida coherente. Es un tipo de piedad que se queda preponderantemente en el afecto. Es filial, pero incompletamente filial, porque no se proyecta en una paternidad o maternidad creadora y en un compromiso social.

 

El P. Kentenich vivió y fomentó por todos los medios a su alcance lo que él denominó una piedad mariana “aliancista”, centrada en la alianza de amor con ella. Parte de la base que, por el bautismo, María es nuestra madre: ser hermano de Cristo y haber sido injertado en él por el sacramento del bautismo, implica que somos hijos de María y que ella es de verdad nuestra madre en el orden de la gracia. María nos ama con amor materno y cuida de nosotros. Ella quiere educarnos para que Cristo crezca y tome forma en nuestro ser, actuar y amar.

 

Reconocer el vínculo que María tiene con nosotros suscita como respuesta una vinculación filial a su persona. En otras palabras, sellar una alianza de amor con María es la forma de vida más coherente que puede darse de acuerdo a la gracia bautismal y al deseo del Señor. Ya antes de que nosotros tomáramos la iniciativa de amarla, ella ya nos amaba, tal como el amor del Señor es primero también lo es el suyo: el nuestro es sólo respuesta de amor a su amor. Por eso nos consagramos, entregándonos por entero a ella, y ella, a su vez, se entrega a nosotros.

 

La alianza de amor crea un vínculo de amor vivo, recíproco, libre, cargado de afecto, un vínculo materno-filial con ella, que marca profundamente la vida entera de quien ha sellado la alianza. Es un vínculo recíproco, orientado por el lema que acuñó el fundador: “Nada sin ti, nada sin nosotros”. Se trata de un intercambio de corazones, de bienes y de intereses con María. Crecemos en el amor a ella, dándole todo nuestro corazón, toda nuestra alma, todo nuestro afecto, pero también toda nuestra voluntad y capacidad de compromiso.

 

De esta forma quiere Schoenstatt que la vinculación a María genere en nosotros un asemejamiento a ella. O, usando las palabras del P. Kentenich, que la vinculación a María se traduzca en una actitud mariana, en un estilo de vida mariano y de trabajo mariano. Nuestro amor a María llega a ser así profundamente afectivo y profundamente efectivo.

 

La espiritualidad de la alianza de amor supera la tendencia a ver a María primeramente como un ejemplo a imitar, como un ideal que nos muestra las virtudes que nosotros, con nuestro esfuerzo, tenemos que conquistar. En nuestra espiritualidad siempre lo primero es el amor, un amor profundo y radical, capaz de transformar nuestro ser. Así, porque la amamos, luchamos por asemejamos a ella y amándola, su imagen toma forma en nuestra vida.

 

Esta piedad o espiritualidad de la alianza de amor se guía, como todo en Schoenstatt, por la fe práctica en la Divina Providencia. No estamos siempre buscando milagros, visiones, cosas extraordinarias de orden físico o espectacular. No, con María vamos buscando lo que Dios nos pide a través de las voces del tiempo y las circunstancias, de las voces del alma y del ser, de los ideales que Cristo nos señala en el Evangelio.

 

Por la alianza de amor vivimos entonces en, con y para ella, entregándonos a la realización del plan de amor que el Dios providente ha trazado para nuestra vida.