Mr. Turner

Para los amantes del buen cine, el padre Enrique José Grez escribe esta vez sobre "Mr. Turner", premiada película de 2014 que narra parte de la vida del genial y excéntrico pintor británico J. M. W. Turner.

Sábado 27 de junio de 2015 | P. Enrique José Grez

No es frecuente encontrarse con una buena biopic, una película en forma de biografía. Normalmente la carreta se les termina desarmando a los directores por el lado de abarcar mucho... y apretar poco. Hace poco tiempo hemos tenido obras cautivadoras como la Red Social (2010) de Fincher, sobre el fundador de Facebook o la no tan misteriosa El Código Enigma (2014) sobre Alan Turing, el inglés que crackeó el sistema de encriptación de los nazis. Con esto no hacemos un juicio a los personajes históricos, muy por el contrario, en el primero y para mi gusto, más brillante de los casos, nos enganchamos con el protagonista no por su simpatía, sino porque lo que contemplamos nos involucra en las preguntas morales, y en sus procesos y relaciones.

En El Código Enigma el director se ve obligado a pasar revista de una serie de "hitos" de la vida del notable Turing que terminan por llevarnos a una dispersión en la que se nos diluye el protagonista.

En el caso de Mr. Turner (2014), tenemos delante a un ser complejo, el decimonónico pintor de paisajes británicos. Un verdadero artista, trabajador incansable, observador, con un respaldo inmenso en su trabajo de campo, en el que llena una tras otra sus libretas de bosquejos. La experiencia del lugar, permaneciendo en él y adentrándose en su misterio es una invitación para los que somos profetas de la vinculación local; para ese tema esta es una joyita. Estamos ante un verdadero maestro al que le es ajeno el ruido del mundo, de hecho él mismo es atropellado por la cotidianeidad que no sabe manejar, tal como es incapaz para el manejo de sus propios instintos. Por momentos se trata de una especie de fiera sofisticada. Quizás la gracia esté en que la película no se trate ni tenga pretensiones de mucho más que esto que hemos dicho. Pero lo que hace, lo hace bien.

La gracia entonces está en cómo se van desarrollando estos rasgos en su obra, en sus relaciones, en sus procesos de destrucción y construcción interior. Es notable por ejemplo cómo se problematiza el tema de la comunicación: no deja de ser paradójico que un ser humano que habla a través de una especie de gruñidos acuda a un arte tan preciso y delicado como la plástica para plasmar estados de ánimo en extremo elaborados y llenos de matices, se trata de la expresión a través del misterio de la luz. Las actuaciones están en función de manifestar esta sencilla paradoja, y así tenemos a la señora Booth, un ser en el que brilla la cortesía honesta y encantadora, sobre todo amable en el más completo sentido que tiene esta palabra, y que termina por domar a la bestia de Turner. Es aquí donde encontramos quizás el punto más "orgánico" del filme, en el proceso de domesticación que sufre el protagonista, cuando su amor primitivo se va haciendo casero, hogareño, tierno como es su arte.

El genio rupturista e innovador del pintor no brilla por una realización donde se destaquen los efectos de una producción que tenga el acento en los pigmentos, como en el caso de de la Joven de la Perla (2003) sobre Vermeer, que se quedaba en el romanticismo de los objetos y que por momentos se adentraba en la impostura; no sé realmente de qué se trataba esa otra película sobre la vida de un pintor famoso, a lo mejor su asunto eran los pinceles simplemente. Esa no era biopic, era una película del silencio, pero de uno casi vacío y básico. En Turner tenemos gruñidos, vida, pasión e instinto a raudales, y por lo mismo humanidad con todos los problemas que ello implica.

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