La Navidad, siempre nueva

Como un torbellino adrenalítico pasó Madonna por este rincón del mundo. Cantó, bailó, saltó, la aplaudieron y se fue. Despertó gran euforia, polémica -su producto selecto- y de paso llenó su alcancía....

| Padre Hugo Tagle Padre Hugo Tagle
Como un torbellino adrenalítico pasó Madonna por este rincón del mundo. Cantó, bailó, saltó, la aplaudieron y se fue. Despertó gran euforia, polémica -su producto selecto- y de paso llenó su alcancía. El ser humano es pura ilusión en potencia, sueños y expectativas, todo en uno. Somos más sensibles de lo que creemos ante las señales que nos quitan o dan confianza. Para muchos, el anuncio de la venida de Madonna les disparó su autoestima. Su ausencia seguramente los hubiese "bajoneado" su poco, entristecido casi hasta la desolación. Hay que decir sí, que la mayoría reaccionó como lo que es: una artista que ha sabido posesionarse en un medio altamente competitivo, nada más. Pero la prensa se preocupa de presentar una suerte de modelo donde no hay más que música, desencantos, provocación y un dejo no menor de edad avanzada. En todos los campos de la vida suele suceder algo similar. Tendemos a dar, más que antes, un valor sobredimensionado a los proyectos, tanto personales como colectivos. Es algo comprensible, pero a su vez peligroso, sobre todo sabiendo que las expectativas desproporcionadas pueden llevar a costalazos grandes: nada peor que la idea de que, tras una vivencia, "todo comienza", como si hubiese una especie de "borrón y cuenta nueva". La frase celebre de la mujer de Obama, ante las ilusiones que despertaba su marido, revelan un gran realismo: "En el fondo -dijo ella ante la pregunta de un periodista- , no es más que un hombre". Lo mismo debemos decir de tantos que prometen no más que sueños. Vivimos una cultura de íconos, en que proyectamos vacíos, anhelos; donde el entorno, las circunstancias, otros, están ahí para, por fin, arreglarme la vida. Por eso mismo tantos se decepcionan con tan poco. O al revés, esperan demasiado de la gente, de la vida, de si mismos, lo que finalmente los lleva a tropezarse no con lo "decepcionante" de los otros, sino con sus expectativas adolescentes ante ellos. Lo único que no decepciona es Dios. Pero, por lo mismo, Navidad puede decepcionar, si el foco está colocado en el lugar inadecuado. Para muchos, resulta una fiesta de agridulces. Muchos la miran con recelo. Saben que, si bien pueden esperar "algo" de ella, no saben cómo llenarla. Buscan fuera lo que deberían buscar dentro. En Navidad, la medida del regalo es proporcional a la medida del anhelo. No hay buena noche buena cuando es pura parafernalia, luces y plástico. Si las fiestas del alma no cambian la vida de las personas, de poco sirven. Paradojalmente, la crisis económica con su atemorizador fantasma, nos ha hecho "atinar", calmar el tranco, volver a lo esencial. La "apretura de cinturón" nos obliga a "sincerarnos", a reconocer nuestras limitaciones, a entender que solo el trabajo dedicado, el crecimiento responsable, es el que nos regala verdadera riqueza y nos hace mejores. Navidad obliga a apostar a la sencillez, a los valores que nos hacen felices: el cuidado de la familia, el trabajo responsable, la amistad, la solidaridad con quienes no tienen; el gusto por las cosas sencillas. Más que a Madonna, a la Navidad habría que darle una buena oportunidad. Y, a diferencia de los espectáculos humanos, quien le abre el corazón al misterio de Belén, siempre sale mejor, fortalecido, alegre, lleno de vida.
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