La ley de conducción

El P. Kentenich formuló así la función de la autoridad: "En nuestra forma de gobierno afirmamos el fundamento de la autoridad sin vacilación alguna; pero en la aplicación y en los efectos del ejercicio de autoridad –al igual que Dios- se debe tener suma consideración y tacto con las necesidades individuales y sociales de la naturaleza humana".

P. Rafael Fernández

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La concepción de la autoridad y el estilo de gobierno son determinantes en la organización de toda comunidad, pues influyen decisivamente en el desarrollo de su vida.

El P. Kentenich formuló así la función de la autoridad: "En nuestra forma de gobierno afirmamos el fundamento de la autoridad sin vacilación alguna; pero en la aplicación y en los efectos del ejercicio de autoridad –al igual que Dios- se debe tener suma consideración y tacto con las necesidades individuales y sociales de la naturaleza humana".

Lo que resumidamente podemos expresar como sigue: "Afirmamos un claro principio de autoridad y lo ejercemos democráticamente".

Una comunidad necesita una autoridad que coordine y aúne a sus miembros y señale su rumbo. Ahora bien, esa autoridad puede concebirse como una autoridad dictatorial y arbitraria; como una autoridad que no tiene a nadie sobre sí y que, por lo tanto, puede determinar sin más, según su conveniencia o arbitrio, lo que la comunidad debe hacer. Para ello cuenta con el poder no sólo de mandar sino también de castigar o reprimir las voces que no concuerdan con lo que ella piensa o determina. El polo opuesto a este tipo de autoridad dictatorial es la anarquía, es decir, la ausencia de autoridad. En este caso en la comunidad no existe una autoridad claramente definida, lo cual genera confusión, descoordinación y tensiones destructoras en su interior.

Nosotros afirmamos la necesidad de una autoridad, pero esta no es autárquica o hegemónica, sino que está sujeta a Dios y por ello a la ley natural. La autoridad, además, debe guiarse por la forma en que Dios ejerce su autoridad. Dios no es un dictador. Sólo basta con mirar a Cristo, Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas, que no ha venido a ser servido sino que a servir. Todo el poder de Dios está destinado a vivificar nuestra libertad, a abrirnos posibilidades, a sugerirnos cosas y no a aplastarnos. Es una autoridad fuerte, tiene todo el poder, pero usa ese poder para hacernos crecer.

El sentido de la autoridad divina y humana es el servicio a las personas y a la comunidad. Concebir la autoridad simplemente como capacidad de mandar, de dar órdenes y de exigir que éstas se cumplan, revela una visión restringida de la autoridad. Para el P. Kentenich la autoridad es ante nada, servicio a la vida: engendrar, cuidar, proteger, fomentar y conducir la vida de los que le han sido confiados.

Ahora bien, la autoridad puede ser elegida de diversas formas: por votación popular (es el caso de los sistemas de gobierno democráticos) o por designación de un grupo de electores
(sistema aristocrático). De acuerdo a su cargo, la autoridad está circunscrita al campo para el cual fue designada. Fuera de ese campo, no le está permitido ejercer autoridad. De allí, por ejemplo, la distinción de poder legislativo, de gobierno, judicial, etc.

Otro aspecto esencial en relación al principio de gobierno de Schoenstatt es el hecho de que la autoridad está llamada a ejercer "democráticamente" su función de servicio a la comunidad. No se refiere el P. Kentenich a que ésta deba hacer una votación antes de tomar cada decisión de gobierno, sino al hecho de que la autoridad tiene el deber de escuchar y considerar los deseos y aspiraciones de los suyos. Y esto, en último término, porque la voluntad de Dios se manifiesta a través de ellos. Ciertamente la autoridad no está obligada a seguir siempre esos deseos, pero sí a considerarlos seriamente. Él puede tener razones que los suyos no conocen, que lo lleven a decidir algo distinto a lo que la mayoría desearía que se decidiera.

Este carácter "democrático" da a la autoridad un sello familiar y comunitario. Lo cual hace que los miembros de la comunidad se sientan tomados en cuenta y escuchados y que se sepan co- responsables de la marcha de la comunidad.