El verbo IR

En los últimos años, la experiencia de ir al cine se ha cambiado en gran parte por la comodidad de ver las películas por internet. ¿Hemos ganado o perdido con este cambio cultural?

Viernes 24 de julio de 2015 | P. Enrique José Grez

No es broma que voy a escribir sobre el verbo IR, y apuesto que te va a interesar. Es uno de los verbos más irregulares de nuestra lengua. Y para no teorizar y aburrirte, sólo una muestra corta: pasado-FUI, presente-VOY, futuro-IRÉ... qué me dices, todo un nudo ciego para las lenguas de los gringos. Es, me parece, el verbo más corto que existe en castellano, pero que implica movimiento, y por eso uno de los que extiende su significado en torno a nuestros larguísimos desplazamientos: qué paradoja, el verbo más corto habla de las cosas más largas... Por si fuera poco es también un verbo auxiliar. Le ayuda a otras acciones a desarrollarse en nuestro lenguaje. Así nuestro futuro necesita a menudo de su ayuda: voy a comer, voy a salir, voy al cine... ¡lo dije!

Y es que ésta es una columna de cine, y de cine y religión para más remate. Ocurre que nuestra experiencia de cine de hoy en día es tremendamente diferente a la de nuestra infancia. Antes para ir al cine había que ir a comprar las entradas, coordinando las agendas de amigos y parientes sin la ayuda de Whatsapp, toda una odisea. En segundo lugar había que prepararse, no se podía uno presentar en el salón sin un mínimo de decencia; ni que hablar de las mujeres que se tenían que "arreglar", maldita palabra.

Por último había que estar ahí puntualmente a la hora para tomar los asientos reservados y sentarse a ver la película que se presentaba en silencio, sin pausas y normalmente de un tirón (a menos que fuera muy larga... existían los intermedios). Ojo que no soy un joven, pero tampoco un viejo, esto ocurría hasta hace apenas unos veinte años en casi cualquier ciudad mediana.

Que anticuado podremos decir, las comodidades de las redes sociales han maximizado nuestro tiempo, dinero y la disponibilidad de los productos fílmicos hasta niveles insospechados que harían sonrojar a los habitantes de algunas películas de ciencia ficción de aquellos años. Pero por otro lado la experiencia del cine se ha derrumbado.

No quiero venir a quejarme de que todo tiempo pasado fue mejor, pero no podemos comparar. Hoy una cantidad importante del visionado de películas ocurre en la intimidad del hogar, a menudo en solitario, con miles de cortes por la interrupción del celular, pararnos a buscar algo para comer, etc. Y así pasan delante de nosotros una obra tras otra... sin pena ni gloria. ¿Sí o no? A mi me pasa, apuesto que a muchos de ustedes también. La oferta de Netflix, ni qué decir de lo que ofrecen los piratas o el mismísimo Youtube del que somos asiduos. Hoy por hoy puedes ver casi todo lo que se ha filmado, pero me pregunto: si no lo ves con otros, ¿lo estás viendo realmente? Y te quedas con tus películas que alimentan la ansiedad de ver más, de verlo todo. Para remate, hoy, lo de "ir" al cine no lo hacemos más que con los niños, para entretenerlos con una serie de imágenes colorinches y saltonas que los dejan como loro en el alambre y a un paso de la epilepsia.

Quiero decir que "ir" al cine, y es muy diferente por eso del pequeñito verbo "ir", implica un ejercicio mayor, un sacrificio, al menos en el desplazamiento a un lugar ajeno (porque las entradas las puedes adquirir en la red). Pero el movernos nos predispone a una experiencia de asombro. Rompiendo la inercia de la rutina podemos acceder al disfrute de una vivencia común. Qué distinto es asistir a una película, por mala que sea, y vibrar, sufrir o hasta quejarse de lo mala que es, pero en conjunto. A veces no será más que mirar los rostros de los auditores desconocidos a la salida del cine y constatar sus emociones, si nos aventuramos a una experiencia mayor podremos acceder a conversaciones y debates impresionantes que sellan las imágenes vistas y compartidas para siempre.

Sí, hoy "ir" al cine es irregular. Lo hacemos poco y nos perdemos de mucho. Qué distinto es ver las escenas filmadas con unción por los directores en un tamaño, calidez y sonido como el que hoy está disponible en las salas. Qué distinto es compartir una película con la pareja, amigos, familia y hasta con desconocidos. Es, probablemente, una de las experiencias culturales más completas, baratas y accesibles, capaz de sacarnos de las rutinas y ayudarnos a conversar de lo humano. El "ir" al cine es entonces una ayuda, un auxilio para comunicarnos como sociedad y en nuestros núcleos familiares y comunitarios, para establecer más y mejores lazos entre nosotros.

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