CONSERVANDO- Por Jesús Ginés O.

| Jesús Ginés O. Jesús Ginés O.

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De pequeño me gustaban las conservas de atún, sardinas, almejas, bonito asalmonado. Habitando tierra adentro en los páramos de Castilla era necesario conservar, para subsistir. Aún no se había inventado el término consumir y su derivado consumismo. La norma para sobrevivir, era conservar. También recuerdo que a todos nos gustaba conservar el balón de cuero, las pelotas de frontón y desde luego la bicicleta. De grandes conservamos cosas de mayor calado, como la familia, la casa, el trabajo, los documentos acreditadores de propiedad y desde luego la billetera y el celular (móvil). Es que somos conservadores, porque si no conservamos, terminaríamos sin nada, arruinados o simplemente pobres de solemnidad. No disponemos seguramente de tanto crédito como para desechar todo lo anterior y reponerlo cada día. Nos cambiamos de ropa, pero no la tiramos, sino  que  lavamos y la volvemos a usar. A lo mejor los ronaldos, messis y algún otro se desprenden diariamente de sus calcetines o sus zapatos. Aunque, no creo. Estoy seguro que son también conservadores. A lo mejor los hacen durar dos o tres posturas.

Se me vienen estos pensamientos elementales e históricos, -siempre en mis desvelos nocturnos- porque cada vez se usa más la palabra conservador – con un tono despectivo-  para señalar a las personas que, como yo,  mantienen ideas, pensamientos, palabras e incluso virtudes que hicieron grandes  a los antiguos y que debieran seguir haciendo simplemente humanos a los más nuevos habitantes del planeta. Los pueblos conservan sus creencias, costumbres, horarios, templos, palacios, monumentos, parques, jardines, carreteras y hasta los nombres de los pueblos. Somos esencialmente conservadores. Pero, oh paradoja, decirse conservador en materia política, religiosa y moral no está muy bien visto entre líderes de opinión que habitan en columnas de prensa, en foros populares y hasta en el parlamento, que por cierto es una de las instituciones más bien conservadas  y apetecidas en la humanidad. Hasta los países más totalitarios las exhiben como una gran riqueza bien conservada. Aunque estén de adorno.

Suelen dividirse hoy las tendencias políticas, sociales y hasta religiosas entre dos grupos enfrentados; los conservadores y los liberales, también conocidos como progresistas, o para simplificar las cosas, simplemente “progres”.

Propongo a mis queridos gineseros, -porque a esta altura tengo que darles un nombre propio a los que asiduamente leen gineserías- que volvamos a reivindicar el concepto de conservador, como algo propio de todo ser pensante y sobre todo creyente en la creación de Dios. Si existe el conservador de bienes raíces y los conservadores del medioambiente y de los animales y museos y bibliotecas para conservar el arte y las letras, ¿por qué nos vamos a negar reconocernos como humanidad conservadora que mantiene e incrementa el patrimonio de tanta maravilla heredada de nuestros padres, de nuestros maestros, de nuestros sacerdotes y hasta de nuestros gobernantes?

Sugiero que sigamos conservando la fe, la esperanza y el amor, lo que conlleva mantener a nuestros hijos, y esposos y desde luego a los tatas. Lo digo con algo de interés propio en seguirme conservando por algún tiempo más. Conservemos a todos, incluso a los muchos viejos que van creciendo en número, gracias a la buena conservación que hasta ahora hemos tenido y que debemos a muchos conservadores de la vida. Conservemos el alma, la mente y el corazón en el mejor estado posible. Dejemos de hablar de eutanasia.

Jesús Ginés Ortega

 

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