Buena Vecindad

Nos cuesta hacer amigos. Al menos eso es lo que se desprende de una encuesta aparecida hace unos meses sobre la buena vecindad de los chilenos. Cerca del un 70% de los chilenos no conoce o apenas se relaciona con los vecinos de su cuadra. Es más, una encuesta reciente señala que un tercio de los chilenos ha tenido problemas con el vecino por ruidos molestos. Ésta es la cifra que termina en alguna denuncia. Son más los que, estoicos, aguantan la fiesta hasta tarde en la noche o la radio a todo volumen para no hacerse mayores problemas.

| Padre Hugo Tagle Padre Hugo Tagle

Nos cuesta hacer amigos. Al menos eso es lo que se desprende de una encuesta aparecida hace unos meses sobre la buena vecindad de los chilenos. Cerca del un 70% de los chilenos no conoce o apenas se relaciona con los vecinos de su cuadra. Es más, una encuesta reciente señala que un tercio de los chilenos ha tenido problemas con el vecino por ruidos molestos. Ésta es la cifra que termina en alguna denuncia. Son más los que, estoicos, aguantan la fiesta hasta tarde en la noche o la radio a todo volumen para no hacerse mayores problemas.

El grado de conocimiento del vecindario es patético. Puede que conozcamos relativamente bien al vecino inmediato, pero ya la relación es mucho más débil cuando se trata de la tercera o cuarta puerta. Vivimos por años en un barrio y nos enteramos de la muerte de un familiar de un vecino a los meses de que ésta ha ocurrido. Es cierto que hay localidades donde la “buena vecindad” es un patrimonio común. Algo de eso se vive aún en ciudades de provincia. Se ayudan, alientan, apoyan; organizan eventos como bingos o cenas para ayudar a los cesantes o a quienes tienen familiares enfermos. Todos cooperan en las labores de ornato y aseo de la cuadra o plazas vecinas, sin esperar a que lo haga la municipalidad o una ONG.

Hace un tiempo atrás, participé de unas misiones de invierno en un pueblo del sur. Me llamó gratamente la atención lo limpia de muchas calles y lo mucho que se conocían los vecinos. No es lo habitual. Es cierto que se trataba de una localidad pequeña. Pero así y todo, los vecinos se conocían y ayudaban mucho más de lo que ocurría en otros pueblos igualmente pequeños. El secreto estaba en unos encuentros mensuales en los que participaba siempre alguien de las familias del lugar. “Aquí, las juntas de vecino funcionan”, me decía una señora orgullosa de lo que habían logrado.

La buena vecindad no se dicta por decreto ni depende sólo de buenos alcaldes o empleados públicos. Es fruto del esfuerzo personal primero y colectivo después. Si cada uno le pone entusiasmo, ganas, sale de sí y se acerca al otro, éste sería otro país. Buena parte de un sano desarrollo tiene que ver con la calidad de los barrios y cuadras, que es donde vive la gente. Buenos vecinos es mejor calidad de vida, mayor tranquilidad y seguridad, mayor paz y concordia.

Comencemos por nuestra cuadra. Hagamos el esfuerzo de saber los nombres de los dueños de casa de la cuadra. De ahí, saltamos a invitarnos unos a otros y organizar un evento común. Notaremos que la vida de barrio cambia, mejora, nos hace más felices.

 

Padre Hugo Tagle

Twitter: @hugotagle

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